XTxengo un amigo que me contaba que su padre, militar de los de la época de Franco , creía, más o menos firmemente, que las Tres Gracias eran la madre, la patria y la bandera. No debía ir muy desencaminado aquel mílite algo inculto, pues no hay más que darse una vuelta por el museo del Prado y detenerse en el cuadro de Rubens dedicado a tan mitológico y repetido tema, para convenir con él en que aquellas matronas, aún ligeras de ropa, no son sino la quintaesencia plasmada en un lienzo de esos tres pilares ideológicos con los que convivimos muchos años durante aquella época. Epoca que ya es historia, por más que algunos de los dos bandos hoy en litigio por el poder se esfuercen por resucitarla en pequeñas entregas, como ocurre en las fotonovelas. Pero lo cierto es que las tres gracias auténticas, todo el mundo lo sabe, fueron las consabidas Aglae, Eufrósine y Talía , nombres algo rarillos de aquellas tres diosas griegas que tenían la encomienda y la representación de la alegría, el encanto y la belleza. Y digo fueron porque estoy convencido de que en la actualidad las tres gracias deben estar en huelga de brazos caídos o haciendo algún viaje por otro planeta, pues lo que es la alegría, y sobre todo, el auténtico encanto y la auténtica belleza, más bien escasean por estos tiempos que nos han tocado vivir. Nos tienen abandonados estas bellísimas mozas.

Hablando con ese amigo nos preguntábamos si la clase política, los políticos, tendrían alguna diosa protectora o inspiradora, alguna suerte de patrona o patronas laicas que velasen por la pureza y el buen hacer de todos ellos; casi caí en la tentación de negarles nada que trascendiese lo puramente humano en sus influencias e inspiraciones, dada la mediocridad tan terrenal con la que actúan las más de las veces. Se me venía a la boca, una vez más, el topicazo simplificador del son todos unos... pero este mi amigo, hombre más sabio y comedido que un servidor, me contuvo. Puede que haya algo por ahí, me advertía, que sea algo así como las tres gracias de los políticos, aunque más a lo moderno, más de la contemporaneidad. Y entonces me ilustró. Los que se dedican a la política, decía, tienen a su disposición tres auténticas gracias al modo de aquellas griegas, que impregnan su quehacer diario, aunque a veces ellos mismos no sepan que son movidos por los hilos invisibles del mágico trío. Son la Razón, la Matización y la Modificación. Es la primera la que proporciona a los políticos sus ideas básicas, sus análisis enriquecedores de los problemas sociales, sus aspiraciones más serias de mejorar los asuntos públicos, su ideología en suma, que suelen plasmar en un programa y en un compromiso de cumplirlo si se llega al poder. Es ésta una diosecilla adorable, la de la razón política, llena de serenidad y empaque, de equilibrio y de hermosas hechuras. Cuando los políticos reciben algún soplo de la Razón pareciera como si fueran santos auténticos a punto de hacer milagros aunque sea el de las rebajas fiscales o el de conseguir el pleno empleo. Un encanto de mujer, una auténtica maravilla.

La diosa de la Matización, proseguía mi interlocutor, suele inspirarles más tarde, cuando ya tienen conseguido algún pedazo de poder y es ésta una diosa ciega, como la Justicia, pues alumbra sin distingos a tirios y a troyanos, a principales y a secundarios, a capitalinos y a provincianos. Para atenderlo cumplidamente, el papel de esta segunda divinidad es el de ayudar a los cuitados políticos a aterrizar en la realidad más cruda e inmediata, que es la de gobernar, para impedir que ésta les espante y salgan huyendo a la carrera cuando se dan cuenta de lo imposible que es hacer entidad (o sustancia) de lo que la razón ideó, unas veces en los despachos, otras veces en los despechos por no ocupar los despachos. Y tal que los pintores matizan los contornos de sus figuras para mudar sus apariencias, o los músicos compositores suavizan las estridencias de sus composiciones cuando hay disonancias, del mismo modo actúan los políticos como si fueran artistas de la gestión ciudadana: aquí retoco, allá pospongo, en medio me olvido, y más allá tomo otra vereda, asegurando que los caminos que conducen a Roma son múltiples. Bien es cierto que los que entonces están en la oposición y muchos ciudadanos de a pie, quizá por no recibir el estro divino, o por su grosero hiperrealismo, les echan en cara su chaqueteo más o menos evidente, pero esto es irremediable al parecer y fruto de su poca sensibilidad artística. La tercera diosa se encarga de un cometido algo más dificultoso. Cuando la realidad, terca a veces como un batolito granítico, no se pliega a los retoques, o la pura necesidad política lo exige para, en muchos casos, poder mantenerse en el poder asumido, esta inteligentísima Gracia les insufla a los políticos unas altas dosis de amnesia espiritual y les proporciona una mampara mental, opaca como la propia noche. Con ella se oculta aquello que la Razón primera les infundó a modo de ideología firme e indeleble, y que ahora puede ser no ya maquillada o retocada, sino simple y llanamente transformada, trastocada hasta tal punto que ni su propia madre la reconociera si fuera un ser vivo y no inquilina del reino de los pensamientos. Esta diosa es la de la Modificación, pero sin duda es también la de la necesidad forzada.

--¿Quieres un ejemplo?-- A ver, le exigí. Pues mira: la razón dice que nación no hay más que una y que a ti te encontré en la calle, la matización sugiere que por qué no va a haber entes nacionales o pseudonaciones junto con la nación nacional y la modificación deviene, esforzándose por mantenerlos en el poder, en que aquí se federaliza el invento y que a quien se le dé una nación, San Pedro se la bendiga.

Cuando se despidió mi amigo para ir a comprar el periódico, dudaba de si me había estado tomando el pelo o me había impartido una clase magistral de alta teoría política.

*Profesor