Llevó a su niña al médico porque se había caído del columpio y no le hicieron caso. Después fue la pesadilla cercana al absoluto horror. Confundimos la expresión acongojada de su angustia inocente con el rostro de la maldad ciega. El rostro que nos devolvía nuestra propia vergüenza. Esta sociedad del Bienestar dejó morir a su pequeña y le destrozó la vida. Nunca fue presunto. Se le negó lo que se concede hasta al terrorista más sanguinario. Los indicios se convirtieron en pruebas. El sospechoso fue juzgado y condenado por los médicos, las fuerzas del orden, las autoridades, la prensa y también por nosotros. La niña había sido maltratada, quemada, violada y golpeada hasta la muerte. Todo mentira, pero hacía falta un culpable y la máquina cotidiana funcionó con perfección tan infernal que ni el propio Kafka habría imaginado. Noticia de horror en una España de horror. En nuestro particular mundo feliz, los médicos cuando descubren una salvajada la denuncian, los medios la publican, las fuerzas del orden la persiguen, las consejerías la reprueban y el reo es condenado al oprobio: "ni en el mundo animal se ha visto tanta maldad". Después de una eternidad en el infierno, la autopsia que bestialmente le hicieron contemplar demostró el enorme sarcasmo. Pero ya era tarde. Linchamos moralmente al inocente y somos culpables. Culpable el médico desidioso, culpables los otros facultativos con su informe erróneo, culpable la prensa por explotar el morbo en su frenética ansia de audiencia, culpables las fuerzas del orden con su actitud vengativa y cruel, culpables las autoridades imprudentes clamando primero que todo el peso de la ley cayera sobre el asesino sin una sola prueba concluyente, reincidentes y soberbias después: "No hay que pedir disculpas porque en todo momento se ha hecho lo que manda el protocolo". Culpable el inhumano protocolo y culpables todos, protagonistas de esta sociedad insensible, agresiva y enferma. Porque no escarmentaremos y porque en esta historia sólo hay tres inocentes. Y no somos nosotros.