Periodista

Cuando Ibarra se enfada, tiembla el misterio. Al menos eso me cuentan quienes lo conocen. Aunque a continuación aclaran que enseguida se le pasa y vuelve a estar en sus cabales. Espero que esta vez también se le pase. Lo digo porque este miércoles, cuando iba tempranito a trabajar, Ibarra se enfadó y, si no tembló el misterio, sí que tronó la radio.

El caso es que iba yo por la rotonda del Carrefour cuando el presidente extremeño llamó a una emisora y, resumiendo mucho, vino a decir que le importaba tres leches la política madrileña, la vasca y la catalana y que lo único que de verdad le interesaba eran las 4.000 familias extremeñas que se iban a quedar sin futuro con la política que quiere implantar la Unión Europea con el fin de recortar las ayudas a la producción del tabaco.

Mi primer pensamiento fue que Ibarra, aun en sus momentos de irritación, mantiene los reflejos: del problema del tabaco nadie daba información destacada, ni la había dado el día anterior, en los programas nacionales, pero su intervención hacía que la cuestión tabaquera trascendiera informativamente el ámbito regional. El segundo pensamiento fue más bien una esperanza: que Ibarra siga como hasta ahora y tras la tempestad retorne la lucidez.

Quienes hemos vivido muchos años fuera de Extremadura sabemos perfectamente el predicamento que el presidente extremeño tiene en Galicia, Asturias, Aragón o Canarias. Le llaman bellotari y otras simplezas, pero es un sólido líder de opinión para la izquierda y para la derecha. Aquí, en Extremadura, la derecha, lógicamente, rebate sus análisis y opiniones, pero en el resto de España, Ibarra es seguido por progresistas y conservadores, a la vez que denostado acerbamente por los nacionalistas. Durante años, mis amigos tenían ese color político e Ibarra era para ellos la bicha. Los ponía de los nervios, fundamentalmente porque su discurso político era y es uno de los más afinados a la hora de desenmascarar el cuento chino que hay detrás de los nacionalismos.

Rodríguez Ibarra no puede tirar la toalla de la política nacional ni puede importarle tres leches lo que se haga en Cataluña, País Vasco o Madrid. Es de los pocos políticos que quedan en la izquierda capaz de llegar a la vez a la cabeza y a las vísceras de los ciudadanos de a pie. A la hora del café y la tertulia en las oficinas, los institutos y los hospitales de Pontevedra, Olot o Almería, se manejan los razonamientos de Ibarra y se le cita. Y quienes lo hacen, quizá no le votarían nunca, pero suelen resumir su visión del líder socialista extremeño con la mejor frase que se puede emplear sobre un político: "Es un poco bruto diciendo las cosas, pero tiene toda la razón".

He vivido esas conversaciones durante años, me he sentido orgulloso de que fuera el presidente de mi tierra (¡qué le voy a hacer, cuando uno vive fuera se agarra a un clavo ardiendo!) y no me imagino a mis antiguos compañeros de trabajo discutiendo de política sin poder echar mano de las opiniones de Ibarra para descalificarlas o ratificarlas sólo porque el presidente se enfadara el miércoles y le importara todo tres leches .