Recientemente han visitado Extremadura dos mujeres muy conocidas: Letizia Ortiz , Princesa de Asturias y Leire Pajín , ministra de Sanidad, a la que por su juventud podríamos considerar una princesa de la política. Mujeres hechas a sí mismas. La Princesa de Asturias llegó al principado después de ejercer durante un tiempo como periodista, y la princesa de la política llegó a su ministerio tras años de militancia y actividad en un partido político. Las dos, como cualquier persona que ostenta un cargo público --en ambos casos de los más importantes del país--, están expuestas a ser cuestionadas o reconocidas, elogiadas o rechazadas, admiradas o reprobadas. Digamos que aquí, como en un gazpacho, se mezcla política, juventud, preparación académica, sangre e imagen, y cada cual elige o rechaza los ingredientes que desea para añadir a su miscelánea de créditos o descréditos. Ahora bien, siempre habrá algún misógino que refute cargo y actividad achacándolo sólo a su condición de mujeres.

La que ha suspendido su visita Extremadura es Belén Esteban , la princesa del pueblo, otra mujer que se ha hecho a sí misma gracias al vulgar desparpajo que ofrece a esta sociedad contrahecha y cotillona, a la que gusta más saber del famoso casual que aprender del sabio constante. Sea como sea, no se puede negar que esta mujer ha sabido fabricarse un personaje del que está sacando petróleo, a pesar de representar la antítesis de la cultura. Muchos esperaban verla en Cáceres, en la inauguración de la exposición dedicada a su persona del Festival Pop-art, pero supongo que se olió que en el evento encontraría muchas mofas y ningún agasajo.

Otra visita ha sido la del Papa a España. Ha venido a trasmitir a los políticos su preocupación por el aumento del laicismo en nuestro país, y de paso, recordar a las mujeres que deben estar más cerca del hogar familiar que del puesto de trabajo de responsabilidad. También la Iglesia católica, como el eslogan de cierto coñac, es cosa de hombres. Por eso nunca veremos una princesa representando al Vaticano. ¿Anacronismo u ortodoxia católica?