Se ha escrito y se ha elucubrado ampliamente sobre el futuro del libro, de su esencia y de su presencia en los nuevos procesos educativos; cuando las llamadas "nuevas tecnologías" y las nuevas reformas educativas buscan caminos más directos, llanos y sin obstáculos hacia trabajos y profesiones simples, fáciles de ejecutar y baratas en preparación y salario. Trabajos y profesiones en los que sólo cuentan programas de Internet, teclados, memorias REM, y otros efectos informáticos. El libro, en ese contexto electro-digital, pierde su valor y su filosofía, para convertirse desgraciadamente en un estorbo lleno de polvo en los anaqueles de las bibliotecas.

El libro ha sido hasta ahora el almacén y custodio de los principios aglutinantes de toda la civilización y la cultura humana. De su organización social y política, de su economía y de su esperanza en mundos y espacios ideales, más allá de las angustias y desesperanzas de la existencia terrena. A lo largo de toda la Historia, desde que algunos hombres, allá en el amanecer de los tiempos, fueran capaces de materializar los sonidos de su boca mediante símbolos, signos pictóricos o representaciones abstractas a las que llamamos escritura, ha procurado conservar estos signos y su significación en palabras y conceptos, en series gráficas que fijasen y mantuviesen vivas las ideas o las reflexiones que en ellas se representaban.

Unas veces, sobre la arcilla blanda de placas y tabletas, incidiéndolas con un punzón --o "stylos"-- y cociéndola en el horno de cerámica, para evitar su deterioro. Otras veces marcando con una pluma de ganso impregnada en tinta, sobre las hojas entrelazadas de papiros del Nilo. Otras, en fin, grabando con buriles sobre piedras calizas o escribiendo sobre pieles curtidas de borregos, a las que se llamaba "pergaminos", por ser la ciudad de Pérgamo, en el Asia Menor, en donde primero se usaron como soporte de la escritura.

LOS ESCRIBAS del Imperio Chino lograron obtener de la paja del arroz una pasta blanca, fina, duradera y apropiada para hacer con ella hojas y láminas en las que caligrafiar sus complicados símbolos escriturarios; para formar farolillos de adorno y grandes libros en los que se contenía la ancestral sabiduría de sus antepasados. Todos estos materiales, y otros que también usaron los pueblos de brillantes culturas de mundos desconocidos, formaron rollos, estelas, tablas y volúmenes a los que se llamó "biblos" --"libros"--. Derivando esta palabra al latín y al castellano; apilados y ordenados en las "Bibliotecas", para goce y disfrute de sabios y pensadores.

El libro fue así, a la vez, un objeto venerado y respetado, como guardián de sabiduría y de las leyes de los dioses; una obra de arte por su cuidadosa confección y presencia, y la garantía de paz y justicia entre las gentes que veían en ellos los cofres en los que se encerraba la experiencia y la esperanza de los pueblos.

Bibliotecas fabulosas y famosas de la antigüedad fueron las de Pérgamo, Alejandría y Córdoba, a las que solamente hemos conocido por referencias difusas de los bienaventurados que las usaron y consultaron. Y libros venerados y adorados por cientos de pueblos han sido: el "Tao" de Lao-Tse; el "Zend Avesta" de Zaratustra; los "Vedas" indúes; los "Libros de los Muertos" egipcios o los Libros Sagrados, como "La Biblia" de Israel, los "Evangelios" cristianos; el "Al Qoran" musulmán y otros que forman el pedestal de la historia de la humanidad y siguen siendo luz en el pensamiento de millones de personas.

Un libro puede ser nuestro amigo y confidente. Nuestro guía, cuando buscamos apoyo y justificación a nuestras inquietudes o respuesta a nuestras dudas. Santiago Ramón y Cajal solía afirmar: "En mi biblioteca encuentro antídoto contra la desesperanza, el dolor, la tristeza y el tedio".

Quiero terminar esta breve reflexión sobre la importancia esencial que debemos dar al libro en los momentos actuales de cambio y revisión cultural, con un antiguo proverbio hindú que marca magistralmente todos sus valores para el hombre: "Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora...".