XAxdmito que soy un aguafiestas, un regruñón, un cantamañanas. Confieso que hay asuntos que provocan una alteración tan desmesurada de mi humor que la saliva se me vuelve nata en la boca y en más de una ocasión ha sucedido que concluyo la lectura de un periódico o la visualización de un programa televisivo con los belfos como recubiertos por espesa espuma de afeitar. Lo cual no es en absoluto saludable ni estético. Además, últimamente me había percatado de que había demasiados parecidos entre Ignatius Reilly, el protagonista de La conjura de los necios, y yo y era ese un asunto que me traía en un sinvivir.

Gracias a Dios que el domingo pasado cayó en mis manos el sermón dominical que el padre Adalid escribió para este mismo diario, y me arregló la vida. Como san Pablo, he visto la luz después de cuatro décadas de tinieblas. Hasta ahora, torpe de mí, no había caído en la cuenta de que pertenezco a ese grupúsculo de amargados cuyas rabietas, refunfuños y quejas no son más que niñerías de niño hediondo, protestón y caprichoso , gente amargada que no se aviene a celebrar la vida tal y como la entiende el pueblo, admirando el rico legado de nuestra cultura en sus símbolos religosos, espirituales e institucionales . Pues bien, en lo que a mí concierne, el rabiar se va a acabar. Desde la lectura de ese sermón hasta la presente no he escatimado en recursos para mirar la vida con alegría. Y funciona, oye, que es un primor. Tan sólo hay que saber usar ciertos mecanismos mentales para escamotear los pensamientos hediondos. No menos importante a tal objetivo es tener en cuenta las compañías. Nada de juntarse con esos listillos tristes que atacan a traición tu alegría con ideas subversivas. Esos tipos que te sueltan a bocajarro que gracias a los aguafiestas que se empeñan en retorcer la realidad ha sido posible erradicar de nuestra cultura el rico legado de la esclavitud, que gracias a la tristeza picajosa y zumbona de estos hediondos ha sido posible la jornada laboral humanizada, la Seguridad Social, el divorcio, el aborto y otros asuntillos enquistados desde antiguo por los defensores de las tradiciones y del sálvese quien pueda. A gentes con tales argumentos, si en algo aprecia uno su alma, mejor ni mirarlas. La alegría es un animal que se alimenta de alegrías. Ya lo dijo Luisinho Trinta, ese hombre que se inventó el carnaval de Río: "la manía de la pobreza es cosa de intelectuales. A los pobres lo que les encanta es el lujo y la riqueza". Seamos alegres, pues; dejemos a los privilegiados en paz con sus privilegios y a los manipuladores que disfruten sin agobios de sus manipulaciones. Después de todo, ¿no fue el mismísimo san Pablo quien escribió a los romanos diciéndoles: "sométanse todos a las autoridades que ejercen el poder, porque no hay autoridad sino por Dios, y las que existen, por Dios han sido establecidas"? Pues entonces, a qué vienen esas caras de niños hediondos, de tristes aguafiestas. Dejemos que el mundo se caiga a pedazos; dejemos que el despilfarro de unos pocos caiga sobre las espaldas de unos muchos; dejemos las cosas como están que no nos corresponde a nosotros cambiarlas, sino a Dios.

Por el bien de la comunidad, seamos optimistas, maleables, dóciles, flexibles como ese sabio político extremeño que desde su vocación republicana, defiende con firmeza la monarquía . Alcemos los brazos al Señor, ofrezcamos el culo al poderoso, según dicta la vieja tradición heredada a través de nuestro rico legado cultural, y aprendamos a celebrar la vida, que son tres días.

*Escritor