Maestro

Casi inadvertida ha llegado la primavera y cada bomba que cae nos mata un poquito más la fe en nosotros mismos. Las guerras suponen el mayor retroceso de la humanidad. El primer muerto de cada guerra evoca la primera muerte de un hermano a manos de otro. Los medios se llenan de iconografía bélica. Durísima la foto en la que unos soldados observan los cadáveres de unos iraquís abatidos por las balas a pesar de haber ondeado bandera blanca. Durísima también la batida en las orillas del Tigris para localizar a soldados americanos. La primavera es tiempo de alergias y parece que se va extendiendo por el mundo la alergia a la guerra.

En nuestro país hay síntomas de otra alergia, la provocada por la forma de ejercer el gobierno por Aznar y los suyos. Estas nuevas alergias tienen una única cura: las urnas. Los síntomas ya los conocemos, aunque últimamente se están agravando con la intervención desmesurada de las fuerzas de orden público, que nos hacen retroceder a tiempos que ya creíamos superados. Las soluciones prometidas se tornan en intolerancia y represión y con todo el descaro del mundo la segunda de las hermanas De Palacio quiere convencernos de que el rechazo a la guerra se va atenuando y que hay indicadores, como la subida de la bolsa, que corroboran su discurso y que interpreta como un apoyo a la postura del gobierno. Pues qué bien. La bolsa subiendo como también sube el número de españoles que no llegamos a fin de mes y el número de personas que están muriendo por mandato de la econosuya. De eso no hablan. En medio de todo esto, reconforta la coherencia del exministro Pimentel, que renunció a la cartera ministerial por la Ley de Extranjería, y ahora abandona la casa de la gaviota por no estar conforme con la postura de su ya expartido y harto de descalificaciones y presiones. Debe haber muchos más como él, pero no tienen la valentía de imitarle.

Por aquí, la calle sigue viva y no se apaga el grito expreso en las múltiples pancartas que cuelgan de las traseras de Caleros. Continúan las manifestaciones. En la última, unas manos jóvenes me entregaron un poema de Miguel Hernández. Lo leí: "Tristes guerras, si no es amor la empresa. / Tristes, tristes. / Tristes armas, si no son las palabras. / Tristes, tristes. / Tristes hombres, si no mueren de amores. / Tristes, tristes". Las manos eran de antiguas alumnas del colegio público Francisco Pizarro y sentí un sano orgullo de haber colaborado con mis compañeros de claustro a la formación de ciudadanos libres, críticos y comprometidos con los problemas de su tiempo. Me reafirmé en mi pensamiento de que un día en la escuela no es un día cualquiera. Por lo demás, los problemas derivados de la reducción de aparcamientos en la zona siguen. Parece que el alcalde va cumpliendo, pero la solución definitiva se nos antoja lejana. Llega la Semana Santa y no hay plazas hoteleras libres. Buena señal. Este año, las obras en Gallegos y Hornos alterarán el itinerario de algunos desfiles. Lo más extraño será ver a la Sagrada Cena girando en la fuente luminosa. Planificar bien las obras se llama eso.