Cuando se desmoronan las razones dadas por Estados Unidos y el Reino Unido para lanzarse a la guerra de Irak, cuando la posguerra resulta ser un constante fuego cruzado con muertos diarios entre las tropas de los dos países ocupantes, el Gobierno español aprueba el envío a la zona de un contingente de soldados. Técnicamente, España será colaboradora de las potencias ocupantes. Pero los militares españoles estarán en el mismo punto de mira en el que están los estadounidenses y los británicos, sin que el Parlamento español haya debatido tal medida y en contra del sentir general de la población contra una guerra ilegal y una ocupación injusta.

Como aquí no hay mucha alabanza por la política del Gobierno sobre el conflicto de Irak, Aznar ha tenido que viajar a California en busca del aplauso. Se lo han dado de forma apabullante. Con el mismo fervor, el presidente del Gobierno ha elogiado a Estados Unidos presentándose como su más incondicional aliado europeo. Con estas declaraciones y el traslado del contingente de legionarios al Golfo, Aznar ha sellado la nueva política exterior española, que renuncia a la independencia europea y a su papel de interlocutor privilegiado ante el mundo árabe y América Latina.