La decisión del presidente de EEUU, Donald Trump, de retirar una parte significativa de sus efectivos militares desplegados en el norte de Siria ha cambiado los parámetros del conflicto en varios frentes: ha llevado la inseguridad a la comunidad kurda, ha debilitado la lucha contra los restos del ISIS, ha abierto la puerta a la implicación de Turquía en la guerra y ha reforzado de facto del régimen de Bashar al Asad. No es exagerado considerar la retirada estadounidense poco menos que como una traición a sus aliados kurdos, organizados en las Unidades de Protección Popular (YPG), que desempeñaron un papel fundamental en el desmantelamiento del califato y ahora se encuentran en manifiesta inferioridad a los pies de los caballos de la ofensiva turca. So pretexto de que los peshmergas del YPG son combatientes de una organización terrorista en igual medida que los miembros del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK), cobijados en el norte de Irak, el Gobierno turco aprovecha la ocasión para impedir la consolidación de un espacio kurdo. La excusa oficial es procurar a dos millones de refugiados sirios en suelo turco un nuevo hogar en su tierra de origen; el objetivo en la práctica es expulsar de la zona a la comunidad kurda y colonizarla con desplazados sirios. Hecho todo ante la pasividad de EEUU y sometida a chantaje la UE por la amenaza del presidente de Turquía de enviar a Europa 3,5 millones de refugiados si Bruselas impugna la operación en curso, olvidando interesadamente que tal número de personas se encuentra en suelo turco como resultado del acuerdo de acogida de 2016 por el que Ankara percibirá 3.000 millones de euros.

Las explicaciones de Trump para justificar la retirada son tan inconsistentes como fundadas son las razones para temer que el ISIS pueda tener una segunda oportunidad habida cuenta de la imposibilidad del YPG de luchar en dos frentes: contra los yihadistas y contra la ofensiva turca. La alarma entre significados líderes republicanos y en el Departamento de Defensa es tan lógica como ilógica parece la decisión del presidente, pero él está dispuesto a llevar hasta sus últimas consecuencias su deseo de sacar a EEUU de todos los frentes de Oriente Próximo, aunque así favorezca ahora la estrategia de Rusia en la guerra de Siria. Porque más allá de la verborrea de Trump, en sus decisiones domina una idea: fue un error histórico la implicación estadounidense en los conflictos de la región y hay que largarse de allí cuanto antes. Puede que sea este un análisis superficial y sin demasiadas conexiones con la realidad, pero lo jalean sus incondicionales, y ese es un dato fundamental a poco más de un año de presentarse a la reelección, con la maquinaría del impeachment en marcha y episodios de crítica en las filas de la mayoría republicana en el Senado. Trump y sus asesores nunca defraudan a los suyos.