Y a pesar de todo, Donald Trump sobrevive. El magnate metido a candidato del partido Republicano a la presidencia de Estados Unidos, tal vez el aspirante más improbable a la Casa Blanca en la larga historia del país (en la que puede encontrarse a políticos de todo tipo), llegaba al debate de la madrugada del lunes con Hillary Clinton en pleno escándalo por unas grabaciones en las que profiere intolerables comentarios sexuales y sexistas sobre las mujeres. Tras su encuentro con la candidata demócrata -agrio, tenso, agresivo-, el consenso político y mediático es que Trump ahí sigue, codo con codo en las encuestas con la exsecretaria de Estado, por mucho que dé vergüenza ajena, que el propio partido Republicano no sepa qué hacer con él y que pesos pesados de la formación política lo hayan abandonado o se dispongan a hacerlo.

Trump, carne de reality show, supo utilizar a su favor el formato de town hall meeting (encuentro con ciudadanos que pueden preguntar directamente a los candidatos). Pero el dominio escénico no basta para explicar cómo logró salir airoso de un escándalo que hubiese acabado con la carrera política de cualquier otro candidato. A su favor juega la corriente profunda que ya le favoreció en el anterior debate -en el que Clinton también lo superó en el fondo, en las formas y en el dominio de los temas- y que en gran parte explica que contra toda lógica haya llegado donde está: la desafección y desencanto de muchos estadounidenses con la política hacen que diga lo diga y haga lo que haga el multimillonario Trump les parezca más auténtico y cercano a ellos que los estereotipados candidatos cortados por el patrón tradicional. Bajo este prisma, cada ataque de Clinton, cada revelación mediática, cada rasgadura de vestiduras en Washington por comentarios inapropiados de Trump no hacen otra cosa que reforzar al magnate.

La gravedad del momento que vive EEUU radica en que el sexismo, el racismo, la homofobia, los insultos y las mentiras no son un «discurso fresco», sino los motivos por los cuales Trump es un candidato indigno de sentarse en el Despacho Oval y representar y liderar su país. Su candidatura es tan esperpéntica que no la debilitan escándalos, argumentos ni datos. Solo cabe confiar en que la racionalidad de los ciudadanos estadounidenses prevalezca en las urnas.