En la cumbre de la OTAN, Donald Trump aprovechó el momento de gran debilidad de Angela Merkel para echar sal sobre sus heridas. Ahora ha hecho lo mismo con una Theresa May inmersa en su peor crisis política tras las muchas registradas en los dos años desde que llegara a Downing Street. El presidente de EEUU ha acompañado su aterrizaje en el Reino Unido con una entrevista en la que hurgaba en la herida política de una primera ministra que no ha conseguido domar al Ejecutivo a causa del brexit.

El manual del tiburón inmobiliario dice que los grandes negocios se hacen no solo aprovechando la debilidad de la otra parte, sino escarbando en ella. Y este manual es el que aplica Trump a sus relaciones con los demás países. Después de difundirse la entrevista concedida a uno de los baluartes del antieuropeísmo británico, el presidente desmintió parte de ella calificándola de fake news. Esto también está en el manual del tiburón, porque de lo que se trataba era de lanzar la amenaza y amedrentar a una primera ministra que acaba de presentar un plan de brexit suave (prevé un «acuerdo de asociación» con la UE).

Trump advirtió de que, si va adelante con su plan, peligra el acuerdo comercial con EEUU, que es una tabla de salvación de May. Para mayor inri, elogió al dimitido Boris Johnson, que ha sido la piedra en el zapato de May, de quien dijo que podría ser un buen primer ministro. Además de humillar a la primera ministra, Trump ha dado alas a los antieuropeístas más feroces que han llevado al Reino Unido al actual paroxismo.

Insultos, humillación, amenazas. Estos son los instrumentos que utiliza Trump en sus relaciones con sus homólogos. La historia, que en el caso del Reino Unido es compartida por los orígenes de EEUU y por su desarrollo posterior en el que la cultura y la lengua han sido determinantes, es algo que Trump desprecia. Lo mismo que la diplomacia. En el mundo occidental ha costado décadas crear una arquitectura de relaciones de respeto entre los países en la que los conflictos se resuelven con el diálogo bilateral o en foros más o menos amplios. Con este presidente el mundo retrocede cuatro siglos, a cuando solo valía la ley del más fuerte, a los tiempos anteriores a la paz de Westfalia, que defendía la diplomacia, el equilibrio de poderes entre naciones y obligaba a no interferir en los asuntos internos de los estados.