El primer ministro en funciones de Israel, Binyamin Netanyahu, se ha convertido en el primer jefe de Gobierno del país en ser acusado formalmente de corrupción por haber dado trato de favor a diversos empresarios. Mientras, la formación de una mayoría de Gobierno tras los segundos comicios consecutivos sigue totalmente encallada. La permanencia en el poder, que Netanyahu necesita como salvavidas que le permita mantener la impunidad ante sus problemas con la justicia, podría tener que pasar por unos terceros comicios. Una perspectiva electoral que la acusación de la Fiscalía General de Israel acaba de poner cuesta arriba días después de que el presidente de EEUU, Donald Trump, le ofreciese un balón de oxígeno a costa de dinamitar las expectativas de una paz basada en la concreción de un Estado palestino vecino de Israel. Al reconocer como legales los asentamientos de colonos israelís en Cisjordania, Trump pone la primera piedra para que más temprano que tarde se produzca la anexión por Israel del territorio, algo específicamente contrario al espíritu del proceso abierto en Oslo en 1993, al derecho internacional y al contenido de las resoluciones 242 y 338, aprobadas en 1967 y 1973 por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Si con los reconocimientos de Jerusalén como capital de Israel y de los altos del Golán como suelo de soberanía israelí Trump hizo saltar todas las alarmas, con la última de sus iniciativas se agrandan los temores. La incomparecencia efectiva de la comunidad árabe facilita la operación porque, más allá de las palabras, ha dejado a los líderes palestinos a su suerte.