Escritor

Cuando levantó el caliz en la Consagración, fue como si un puñal le atravesara el pecho. No pudo seguir la Santa Misa y lo llevaron entre varias beatas al Infanta. Le diagnosticaron que un tumor cancerígeno avanzaba por las cuerdas vocales como la gloriosa infantería en el Ebro en el año 36, o como Celdrán expulsara del ´paraíso´ del Ayuntamiento de Badajoz a Orduña, sin encontrar resistencia, incluso con la mirada siniestras de las huestes comunistas, que disfrutaron bastante. El paraíso comunista, siempre será un reducto del conservadurismo, apoyado en el capitalismo de Putin.

Lo primero que el viento se llevó fue su voz de ´castrati´, que hiciera las delicias del seminario de San Atón:

--Tenemos un castrado Ilustrísima.

Y su Ilustrísima elevó la mirada a las alturas y musitó:

--Dios concede esta gracia solamente a provincias muy significadas por el amor divino, como fue el caso de Antonio Molina y Joselito.

Pero con Antonio Molina se frustró la esperanza y Joselito terminó en la cárcel por la cuestión de la droga, deshaciéndose una gran esperanza. Y el cáncer avanzó en este cuerpo serrano y lúcido que hacía de él un canónigo de lujo, mandando su Ilustrísima exponer el Santísimo para ver si era posible detener aquel súcubo oncológico, que no se detenía ni en el cuerpo de un santo futuro. El cáncer avanzaba alegre en la popa:

--¿Es que no vamos a saber detenerlo?--, gritó descompuesta la paloma.

Pero aunque Dios estaba ya ultrapasado, alguien mantenía serias esperanzas. Era el canónigo encargado de penas capitales:

--Tened esperanzas que todavía no llega al hígado.

Y en efecto así sucedió. El cáncer llegó a los humedales del hígado, y allí se encontró con un jugo raro, con olor a hartajea viscosa y negra como una tormenta. El cáncer quedó espantado. Después de tantas victorias, una bilis espesa hecha de continencia y pecados solitarios, lo detuvo. Aquel hombre nunca conoció hembra. Los médicos nunca dieron con el por qué, de su curación.