TMtalos momentos para Gadafi , como lo fue para tantos líderes políticos condenados a situaciones similares. Bien cercano está el ejemplo de Sadán Hussein , ajusticiado con la horca, o el denigrante juicio que se realiza al rais Mubarak , expuesto al mundo entre los humillantes barrotes de una jaula de hierro. Ambos eran respetados, cuando eran útiles para los intereses de las grandes potencias, por aquello del petróleo o la geopolítica. Lo que eximía a tales dictadores de tener que pagar por sus desmanes y errores, impunes durante largo tiempo, sin reacciones ante tales desafueros, mirándose para otro lado, haciéndose la vista gorda de forma escandalosa. De todos modos, esto evidencia que es muy quebradiza la suerte de tantos estadistas, que, por sus fechorías, terminan ocasionando repulsa, ludibrio y trágica muerte. Pudieron haber sido, en sus días de gloria, amigos de los dirigentes más importantes del universo, o agasajados de modo adulador por ciertos jerarcas; pero, cuando los vientos de la política cambian de dirección, todo se olvida, se destruyen sus estatuas y son arrastradas las efigies de dichos líderes, bajo los epítetos más furibundos, como tirano, sátrapa, genocida, etcétera. Claro que otros han muerto en su cama, en medio de circunstancias muy difíciles de arrumbar en su perjuicio. Pero, todo hay que decirlo: no está mal recordar que, hace muy poco, el pintoresco Gadafi, con rostro de cirugía estética, y embutido en su amplia túnica de seda carmesí, llevaba de la mano a sus huéspedes más ilustres, o les regalaba caballos árabes de fina estampa- Ahora, la fortuna le ha sido adversa, y su suerte ya está echada, llegando la hora de su caza y captura. La OTAN no descansará, pues, hasta que "el dictador se rinda", y se derrumben los vestigios de su "régimen despreciable", claman grandes titulares. "Lo encontraremos en su agujero y lo sacaremos como una rata", clama un portavoz rebelde. En conclusión: el castigo o la aprobación de conductas políticas no han de estar nunca al albur de intereses bastardos, porque la justicia, entonces, deja de serlo.