Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

La batalla de Irak les esta saliendo a los anglo-norteamericanos redonda. Y me imagino las felicitaciones discretas a los despachos ocultos, donde se deciden las auténticas estrategias. Y como botón significativo de su éxito, están las desoladoras palabras de Al Husein, director de la incendiada Biblioteca de Bagdad: ¿Me avergüenzo de ser iraquí? Esta es la clave. Ante aquellos que hablaban de un pueblo heroico defendiendo sus ciudades calle por calle, nosotros presentaremos otro que saquea, roba e incendia. Que mendiga, que se rinde, que se humilla, para que al final los ciudadanos iraquís, como Al Husein, digan me avergüenzo de ser iraquí.

Pienso que no habrá nadie tan ingenuo, creyendo que un ejército invasor, toma una ciudad y se cruza de brazos, permitiendo el caos en la misma, sin razones poderosas para hacerlo. La mas antigua tradición, casi como de un rito se tratase, enseña que el invasor se impone en los primeros momentos con severidad y el toque de queda es algo casi obligado. El objetivo perseguido por el ejército anglo-norteamericano está claro y su éxito en estos momentos también.

Haríamos mal los ciudadanos occidentales si, desde nuestra confortabilidad, sacáramos conclusiones precipitadas. Porque incendiarios, saqueadores y ladrones los hay en todos los pueblos de la Tierra, ocultos y reprimidos, pero basta que las circunstancias sean propicias para que se manifiesten. Es una mera cuestión de porcentaje y anonimato, que en cualquier ciudad lo suficientemente grande puede darse.

Otra cuestión diferente son los enfrentamientos atávicos entre grupos étnicos y religiosos. Los choques habidos entre kurdos y árabes iraquís, ponen de manifiesto un odio ancestral, acentuado por la política de arabización forzada de los territorios kurdos, llevada a cabo tanto por Sadam Husein como por gobiernos anteriores. Despojados de sus tierras y expulsados de sus hogares hace mas de veinte años, ahora vuelven a reclamarlos a punta de fusil. El movimiento armado kurdo, con su nacionalismo irredento, y a pesar de sus propias divisiones internas, se convierte en foco de inestabilidad que afecta a todas las potencias de la zona, principalmente a Irán y Turquía. Pero a su vez, la nueva situación kurda se convierte en una importante baza para la política norteamericana en Oriente Medio, que le posibilita ejercer nuevas presiones en direcciones y lugares en los que antes tenía muchas dificultades.

Tampoco parece que vayan por buen camino las disputas religiosas entre chiítas y sunitas. Han chocado a lo largo de los siglos, pero las diferencias se ahondan a la hora de encarar el inevitable proceso de modernización de la sociedad musulmana. El laicismo y la emancipación de la mujer son elementos claves de este proceso, que choca con la cerrazón religiosa chiíta, en donde el núcleo central de la estructura social esta en la mezquita, predicándose un medievalismo incompatible con cualquier progreso. Sería pésimo que estas gentes encabezasen la resistencia a la ocupación.

Ciertamente las minorías cristianas, entre el tres y el diez por ciento de la población, pueden haber tenido una cierta sensación de respiro, al que han puesto sensatamente sordina para evitar potenciales males.

En este avispero, han sentado sus reales los soldados del imperio. Es cierto que han terminado con el régimen de un dictador despreciable, de igual calaña que todos los dictadores, cortados por un mismo patrón que pasa de etnias, culturas y religiones. Está por ver en qué consistirá la paz norteamericana. Y existe el fundado temor de que estemos, no al final, como todos deseamos, de una malhadada guerra, sino al principio de la misma.