Me cuesta entender los motivos por los que 78.000 personas se han inscrito en el programa que la empresa Mars One ha puesto en marcha para enviar a astronautas a Marte en un viaje sin retorno. Dicha empresa pretende recuperar la inversión económica convirtiendo la hazaña en un reality show que será divulgado en todo el planeta (el nuestro, no Marte). Así que tenemos a miles de intrépidos deseando participar en un Gran Hermano cósmico ambientado en un secarral sin más interés que el de encontrarse a 55 millones de kilómetros de la Tierra. Hemos pasado del turismo rural al turismo interplanetario.

Bien mirado, inscribirse no cuesta casi nada (entre 5 y 75 euros) y les concede a los aspirantes cierto prestigio (bueno o malo), pero habrá que comprobar cuántos de ellos se rajarían en el último momento. Mientras tanto, ahí está Catherine Bettenbender , una norteamericana de veinte años a quien le encantaría viajar a Marte porque, dice, el sueño de su vida es "ver otro mundo". Yo me pregunto si con veinte años le ha dado tiempo a cansarse de este mundo con tanto que ver (mucho más que en el desabrido planeta Marte).

Creo que fue Monterroso quien escribió que el problema de estar en la Luna es que uno no puede verla desde lejos. Algo parecido experimentarán estos aventureros del espacio: tarde o temprano descubrirán que la utopía de Marte se convierte en una distopía cuando uno no la divisa en el hermoso firmamento sino bajo las sucias botas. Estos astronautas sin retorno están condenados a comprender demasiado tarde que donde no hay vida (en el planeta Marte, por ejemplo) tampoco hay esperanza.