WLwos casi 27.000 estudiantes de la Universidad de Extremadura estaban convocados a votar el pasado martes a sus representantes en Claustro, juntas de centros y consejos de Departamento. Apenas 1.800 depositaron la papeleta en las urnas: un 7% del censo. Si en las elecciones municipales, autonómicas o generales se registrara un 7% de participación --lo que es lo mismo: un 93% de abstención--, automáticamente significaría que el sistema democrático estaría herido de muerte. Más lo estaría si ese paupérrimo interés por los órganos de representación de la voluntad popular no fuera excepcional, sino un proceso cada vez más acentuado. Es lo que ocurre, precisamente, con las votaciones de los universitarios: no es que voten poco, es que votan cada vez menos. El año pasado la afluencia a las urnas fue del 14% y en la década de los 90 fue mayor, si bien nunca pasó del 25% del censo. De esto se deduce que los universitarios sólo están escasísimamente interesados en participar en los órganos de la Universidad. Malamente pueden criticar el funcionamiento de una institución si no están dispuestos a implicarse en su gobierno. Pero no toda la responsabilidad en esta atonía es suya: a veces no es fácil explicar a los alumnos por qué su participación en los órganos universitarios es importante.