Aznar convirtió su último debate sobre el estado de la nación en un balance triunfal de su gestión. Crecido tras los apuros de la izquierda para concretar su victoria autonómica en Madrid, no asumió la más mínima responsabilidad sobre fracasos como los del Prestige, el AVE o el accidente de Turquía, ni admitió sombra alguna sobre los argumentos con que justificó la invasión de Irak. Por eso, el debate sobre la gestión del Gobierno se trocó en un ininterrumpido ataque contra la credibilidad y la integridad moral personal de la oposición. Ante eso, el líder del PSOE, Rodríguez Zapatero, denunció las ineficacias y los desequilibrios sociales provocados por el modelo del PP. Pero dejó perder la oportunidad de salir indiscutiblemente airoso del debate al no poder esgrimir ninguna de las revelaciones contundentes que había anunciado sobre el escándalo de la Comunidad de Madrid. El saldo de esa agresividad de Aznar fue la espectacular soledad que mostró el PP. Trias marcó más distancias del pujolismo que nunca con ese rodillo con el que tanto ha cooperado en el pasado, Llamazares tildó de franquista al PP, y el PNV recriminó dolorido la política antinacionalista que Aznar superpone a su actuación antiterrorista.