Hace exactamente 50 años que el mundo perdió la inocencia. El sueño jipi de paz y amor se convirtió en pesadilla de la mano de un iluminado. Charles Manson y las chicas de su secta, La Familia, asesinaban a la actriz Sharon Tate, que esperaba un hijo, y a otras cuatro personas en una auténtica orgía de sangre.

Al día siguiente, hacían lo mismo con el matrimonio LaBianca. Todo ello a base de cuchilladas y hasta bayonetazos en medio de las súplicas de las víctimas. «Soy el diablo y vengo a hacer el negocio del diablo», dijo. Dejaron pintadas realizadas con sangre en las paredes con títulos de canciones de los Beatles, en las que veían mensajes ocultos. Su objetivo era prender la mecha de una guerra racial entre blancos y negros.

Atrás había quedado Woodstock, el gran festival de música que marcó el culmen de la cultura del flower power. Pero la bonhomía de la era de Acuario se truncaba por la ciega fe de las chicas con las que Manson vivía en una comuna en California.

No era poliamor, sino un sometimiento y fascinación por un personaje camaleónico que se comportaba en función de quien estaba delante y se los ganaba para su causa. Incluso expertos productores vieron en él talento musical. Las chicas con las que convivía Manson en su rancho le reconocían como Jesucristo y como tal lo veneraban.

Los crímenes de Manson han calado hondo en el imaginario popular, especialmente en el mundo de la música. De hecho, el cantante Marilyn Manson toma de él su nombre, al que se le atribuye cierta pátina satánica. El líder de La Familia fue detenido y condenado. Estuvo toda su vida entre rejas y murió en 2017.

Manson enviaba a sus fans restos de sus uñas por carta y solo concedió una entrevista en su vida, a la revista Rolling Stone. Ahora la película de Tarantino Érase una vez en Holywood nos recuerda aquel verano en el que el ser humano fue verdaderamente inocente por última vez. Refrán: Amor y muerte, nada más fuerte.

* Periodista