Estaban ahí, agazapados en la alhacena, con ese silencio característico de las victorias trabajadas en la oscuridad. Aquellas cajas de turrón duro, de mantecados La Estepeña y de Nevaditos Reglero habían aguantado estoicamente un año en el armario de la cocina junto con un hueso de jamón rebañado hasta lo imposible y unas peladillas que habían perdido su característico fulgor blanco y su sabor edulcorado. Cuando he descubierto esta callada familia me he llenado de alegría. Primero por ellos, porque sobrevivieron a un año entero sin ser deglutidos y después por mí, por no haber sucumbido a su canto de sirenas, ese que cada noche me decía: «Cómeme… cómeme…». Son los héroes de 2019, los últimos dulces navideños que aún resisten incólumes en la alhacena.

Las fiestas se acercan y ahora me debato entre el indulto o la definitiva aniquilación de estas delicatesen. Y me pregunto: ¿Estarán buenas después de un año? Las fechas de caducidad me indican que sí, pero no creo que mantengan el sabor primigenio. La pata de jamón va directa a convertirse en caldos este invierno, pero… ¿Tendré dientes para partir el turrón duro? ¿Podrán mis ácidos gástricos con semejante pedrusco en mis entrañas? De momento, he cogido una bandeja plateada y he hecho un mix con los Nevaditos, los mantecados y las peladillas. Total, el papel está un poco arrugado, pero no creo que se note. Los he llevado al salón para agasajar a las visitas. Como quedaba aún algo de espumillón les he hecho un lecho perfecto y muy atractivo.

Los primeros amigos en desearnos parabienes para el 2020 se acercan. Pronto llegarán al salón de mi casa. Y yo tendré una embelesante bandeja de productos navideños lista para ellos. Con mucha suerte no notarán nada.

Y la llamada magia de la Navidad habrá hecho su efecto. Pero no le digan nada a nadie. Es un secreto entre ustedes, mis lectores, y yo. Refrán: A bebedor fino, después del dulce ofrécele vino.

*Periodista.