Ultimamente, los únicos mensajes claros que transmite la derecha son los de la ultraderecha. La xenofobia, la denigración fascista de los adversarios políticos y hasta los vivas al Ejército resuenan con fuerza en algunas cadenas de televisión, en los desfiles militares o en la campaña catalana. No hay que alarmarse en exceso. Propuestas políticas de ese signo están teniendo éxito electoral en Europa. En Holanda, en Suiza, en Bélgica, en Austria o en Dinamarca, la ultraderecha ha entrado ya en los gobiernos o los condiciona desde el Parlamento. Pero en ninguno de esos países se atisba que un nuevo Hitler pueda hacerse con el poder.

En España tampoco. Sin embargo, aquí, la inexistencia de un partido de ultraderecha, la dilución electoral de esa corriente en el magma del PP, complica las cosas. Porque nadie sabe cómo es de grande la porción del partido que comparte sus pulsiones, sus lemas, sus proyectos.

A falta de datos, todos tenemos nuestra propia sensación de las dimensiones que alcanza ese fenómeno. Y puede que la percepción de la gente de izquierda sea que la influencia de la ultraderecha es grande en el PP. Si se refuerza ese prejuicio, Rajoy podría volver a toparse con el obstáculo que en el 2008 le impidió llegar a la Moncloa. Entonces, el apoyo del PP a las manifestaciones de la Conferencia Episcopal, su sometimiento al discurso de la COPE o el enfervorizado "¡Viva España!" que Rajoy gritó en la plaza de Colón movilizaron a favor de Zapatero a muchos electores que no le habrían votado si no hubieran pensado que cualquier cosa era mejor a que los fachas se hicieran con el Gobierno.

Los estrategas del PP saben que eso ocurrió. Pero hasta hoy no han conseguido vencer la abulia de su jefe al respecto. Sí, ahora Rajoy es un poco menos catastrofista en materia económica, pero calla, u otorga, cuando los suyos dicen que hay que excluir a los inmigrantes ilegales de los padrones, no impide que desde sus filas se organice el abucheo a Zapatero o permite que, otra vez, la ultraderecha mediática se haga con su discurso. El sabrá por qué lo hace.