Escritor

El pasado miércoles fue entrevistado el escritor Francisco Umbral en el programa El Tercer Grado de la 2 de TVE. Me sorprendió la entrevista; aunque no por su contenido, pues pienso que en esta ocasión el entrevistador y director del programa, Carlos Dávila, fue superado por las circunstancias y no supo estar a la altura que requería la delicada situación del entrevistado. Fueron los aspectos meramente humanos del encuentro televisivo los que me resultaron interesantísimos.

Paco Umbral aparecía por primera vez ante las cámaras después de una larga enfermedad. Los signos de la convalecencia resaltaban muy visiblemente en su aspecto general, por mucho que el escritor se esforzara en mantener el atuendo pulcro y de forzada elegancia tan suyo. No es que la conversación desbarrara, pero se tenía la sensación de que se iba a las nubes en demasiados momentos. Carlos Dávila se empeñaba en alcanzar un clímax que no terminaba de aparecer y la entrevista evolucionaba hasta convertirse en algo casi tragicómico. Se tenía la sensación de que Umbral y Dávila se encontraban en espacios diferentes y en análisis de la realidad absolutamente divergentes: el astuto entrevistador se equivocaba en esta ocasión al querer pastorear a su invitado, pues el escritor iba a lo suyo. Particularmente, no saqué en claro de las preguntas y respuestas nada realmente original o concluyente. La nostalgia de Umbral y su evolución hacia el fatalismo estaban patentes; nada nuevo bajo el sol.

La visión puramente humana, repito, sí que tenía interés. Francisco Umbral ha sido siempre un escritor controvertido. Hay muchos que no le han perdonado todavía su carencia de título universitario, por muchos y prestigiosos que sean los premios literarios y periodísticos que ha recibido a lo largo de su carrera profesional. No se puede negar su relevancia en las letras españolas de los últimos tiempos y la fascinación que su peculiar personalidad ejerce en el panorama mediático. El mismo se define, sin reparar en la vanidad, como "ese escritor hosco y brillante, insolente y un poco rojo", lo cual dice mucho acerca de su empeño en forjarse una particular imagen, aunque juegue a parecer acrático. En 1990 agarró un cabreo monumental cuando no fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua y, en medio del calentón proclamó que era "una institución lamentable y triste". Una persona que le conoce muy bien me dijo una vez en Madrid que su mayor tarea había sido siempre construirse una aureola de admiración y temor, la cual era el patrimonio más deseado de muchos escritores. En fin, el efectismo de su palabra, su sinceridad, ese no casarse con nadie y la claridad de sus escritos bien le han valido su innegable fama; y le exoneran algo de su imagen --por otra parte, incluso deseada por él-- de soberbión .

Por eso el documento humano que constituye la entrevista del miércoles en la 2 es de un valor concluyente. Umbral aparecía apaleado por su larga enfermedad. Los ojos habían perdido toda su intrepidez y mostraban un fondo de temor; ese temor que tiene la mirada de los que se han asomado al abismo , que tan bien conocemos los que frecuentemente nos encontramos con moribundos. En esas miradas hay siempre un algo infantil. Principio y final se parecen. La enfermedad, el dolor y la amenaza de la muerte dejan desnudo al hombre. Creencias aparte, nada es más igualador ni más humano.

Denis Diderot, el gran filósofo ilustrado, dejó escrito: "Decir que el hombre es una mezcla de fuerza y de debilidad, de luz y de ceguera, de pequeñez y de grandeza no es hacer un proceso: es definirlo." Así es el hombre, con fama o sin ella, con éxito o sin él; una paradoja viviente.