El planeta Tierra alcanzará el próximo lunes los 7.000 millones de habitantes y los alcanza solo 11 años después de haber llegado a los 6.000 millones, por lo que cabe preguntarse si es sostenible este ritmo de crecimiento. ¿Puede el medio ambiente atender sin grave desequilibrio las necesidades de una población en crecimiento sin freno? ¿El modelo económico promovido por Occidente es imaginable y sostenible a escala universal? En resumen, ¿el género humano puede afrontar un futuro viable sin preocuparse de la tasa de crecimiento de la población, un factor que incide decisivamente en esa viabilidad?

Estas y otras preguntas son tan inquietantes como las respuestas que se agolpan tras cada una de ellas. Algunos datos, que no son más que meramente estadísticos, pueden orientar el debate e indicar a dónde debería dirigirse. La población mundial tardó 1.000 años en pasar de un censo estimado de 200 millones de habitantes -- tal acontecimiento ocurrió en los tiempos del emperador Augusto, es decir, más o menos cuando nació la ciudad de Mérida-- a otro de 300 millones --que coincidió con el inicio del segundo milenio--; en 800 años llegó a los 1.000 millones; en 100 años más, a los 1.650 millones; y en solo 50 años alcanzó los 2.500 millones. A partir de entonces, el crecimiento de la población se desbocó de forma imparable llevado a lomos de avances tan significativos, y tan imprescindibles, como la revolución sanitaria, la mejora de los cultivos, las políticas natalistas y un conjunto muy variado y extenso de factores que han permitido a los seres humanos aumentar la esperanza de vida. Y en esas estamos: el planeta pasó de los 3.000 millones de habitantes a los 6.000 millones en 40 años --entre 1961 y el año 2000-- y ha tardado 11 años en dar un salto de otros 1.000 millones de personas más, a razón de 80 millones de personas cada año, aproximadamente la población que tiene Alemania.

La comunidad internacional debe afrontar más temprano que tarde un hecho insoslayable: es imposible combatir la pobreza, sanear el medio natural de una degradación que avanza a ojos vista y en muchos casos de forma irreversible y garantizar una vida confortable a la mayoría sin poner coto a la explosión demográfica. Porque las hambrunas, la deforestación, el encarecimiento de los alimentos y el crecimiento descontrolado de las conurbaciones son todos fenómenos vinculados con el aumento de la población, en especial en las potencias emergentes y en el tercer mundo.

Cerrar los ojos a esta realidad y encastillarse en prejuicios que impiden llevar hasta el último rincón programas de control de la natalidad es apostar por un mundo empobrecido e inestable, por no decir inviable. Eso y no otra cosa es lo que vaticinan las cifras.