Durante la semana pasada, mercados y empresas parecen haber recobrado la calma. Hay razones para pensar que no se trata del rigor mortis de las novelas policíacas, aunque aún no hemos salido de apuros.

Resumamos: desde hace casi dos años, algunos países (EEUU, Reino Unido, Irlanda, España) habían de afrontar un periodo de crecimiento lento, al haber reventado la burbuja inmobiliaria que en ellos se había creado, al amparo de los bajos tipos de interés vigentes desde hace casi una década. Ya sabíamos que el final de la burbuja originaría, como siempre, tensiones de liquidez; pero hace 15 meses descubrimos que en algunos países --en particular, en EEUU-- la burbuja se había financiado con instrumentos que se habían vendido en todo el mundo: de esta forma, las tensiones de liquidez locales dieron origen a una crisis de liquidez global. Como resultó que esos instrumentos eran casi ininteligibles, la incertidumbre provocada por la necesidad de valorarlos paralizó el mercado interbancario durante meses. La crisis de liquidez ha terminado por convertirse en una crisis financiera en toda regla, tanto, que terminó con algunas de las instituciones de mayor prestigio en los mercados internacionales.

XMIENTRAS TANTOx, los países que habían generado una burbuja inmobiliaria iban notando los efectos del reventón en forma de más paro, menor crecimiento y alguna que otra quiebra; y la crisis financiera ha terminado por afectar la actividad económica en todos los países: en unos, a través de la falta de financiación a empresas y consumidores; en otros, a través del sector exterior. Tanto es así que, si hace un año las autoridades se resistían a hablar de recesión, hoy el peligro que conjurar es el de la depresión, mucho peor.

Hoy parece que este peligro se está alejando. Por una parte, llevamos semanas sin ningún susto en forma de quiebra bancaria, y parece que las enormes inyecciones de liquidez realizadas por los bancos centrales empiezan a filtrarse hacia el resto de la economía: demasiado despacio, claro está, para muchos; pero es posible que éste sea el principio de la normalización. Por otra, la duración de la parálisis bancaria hace aconsejable la adopción de medidas fiscales para reanimar la demanda; y, después de mucho discutir, parece que los estados miembros de la Unión Europea van a ponerlas en marcha; no será un programa fiscal de ámbito europeo, como querían algunos, sino un conjunto de medidas de alcance nacional, quizá con algún proyecto europeo para quedar bien; pero no se puede esperar más en las actuales circunstancias. Si todo esto es verdad, podemos pensar que en el futuro inmediato no hay que temer una hecatombe contra la que no podríamos hacer gran cosa.

Persisten, sin embargo, algunas incertidumbres. La primera se refiere a la salud del sistema bancario (también del nuestro). En efecto: hay que reconocer que el populacho no tiene ninguna información que le permita evaluar la situación. Si bien no hay por qué dudar de las declaraciones de nuestras autoridades, y aún admitiendo que la discreción sea una cualidad indispensable en todo buen banquero, hay que tener presente que la ausencia de información puede ser contraproducente, porque nos lleva, no a tranquilizarnos, sino a pensar lo peor.

En este contexto, ver cómo las entidades bancarias han ido acudiendo a las subastas de activos es un síntoma de normalidad, no de lo contrario. Más información sería bienvenida.

Una segunda incertidumbre se presenta con el cambio de presidencia de la Unión Europea. No perdamos de vista lo esencial: el lector pensará lo que quiera de las formas del presidente francés, pero no hay duda que su mandato ha sido beneficioso: el presidente ha desplegado su enorme energía también fuera del alcance de las cámaras; si ha pisado más callos de los indispensables, también ha logrado movilizar a todo el mundo y ha podido alcanzar acuerdos necesarios, quizá no inmejorables, pero desde luego mucho mejores que nada. La próxima presidencia corresponde a un país pequeño y recién llegado, con menos peso para lograr consensos; esperemos que no se pierda el impulso preciso para llevar a la práctica las políticas fiscales que hacen falta.

Con todo, el panorama parece hoy menos sombrío que hace un mes. Si se aleja el espectro de la depresión seguiremos habiendo de afrontar un período de crecimiento muy lento; pero, después del susto, lo haremos con mejores ánimos. Quien más, quien menos, ha ajustado sus expectativas a la baja; en nuestro caso el susto ha sido tan grande --como lo demuestra la caída del consumo de las familias-- que puede muy bien ser que lo que viene nos parezca, en el fondo, mejor que lo que habíamos llegado a temer; y eso nos incitará a ir afrontando los problemas sin desesperarnos.

Este es el primer paso que hay que dar para superar con éxito los próximos años y salir de la crisis mejor de lo que estábamos al principio.