TEtntre palmas y cánticos de triunfo, niños y gente sencilla, hace dos mil años seguían a Jesús montado en un pollino, camino de su pasión, diciendo: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, ¡hosanna en las alturas!". Hoy, después de tantos siglos, nos preguntamos: ¿Fue una pasión inútil? Es fácil ironizar con la inutilidad de la pasión de Cristo. Nos quejamos contra Dios ante los males que nos afligen. Si la duda zarandea nuestra fe, nos refugiamos en la incredulidad. Pedimos cuenta a Dios, pero, en realidad, somos nosotros los que tenemos que rendir cuentas por los que mueren víctimas del terrorismo y de la violencia. No se buscan soluciones para los millones de marginados y apartados de la mesa del bienestar.

La muerte de Jesús en la cruz no ha sido inútil; pero sí son inútiles tantas muertes y sufrimientos que se pueden evitar... Sí que son inútiles tantas vidas perdidas en el egoísmo, en la avaricia, en la ambición, en la indiferencia, en la insolidaridad, que terminan en una muerte inútil y sin sentido. Hoy, como ayer, sigue habiendo grupos de sayones y verdugos de los hombres y coros de espectadores cobardes e insolidarios.

*Sacerdote