Periodista

Amar en Cáceres en los 70 era tarea ardua. Lo más fuerte que podía pasarte era que, jugando al rescate en Cánovas, agarraras la mano de una chica mientras venían a salvarte y, lógicamente, rezabas para no ser salvado. La verdad es que en aquel entonces, en Cáceres los jóvenes no hacíamos más que rezar. Rezabas en la Cruzada de la Bondad, en las Congregaciones Marianas, en la Milicia de Santa María, en el grupo del padre Pacífico y hasta en la mismísima OJE. De todas esas agrupaciones juveniles y católicas, la única en la que no milité fue precisamente la única en la que podías ligar: la del padre Pacífico, donde al regreso de cada campamento en la sierra de Gata, te contaban unas historias subidísimas de tono que ahora serían un ejemplo de pureza y renuncia. Así es que o eras del grupo de Pacífico o no te comías una rosca.

A medida que avanzaba la década, se popularizó lo de ir a Faunos o a Bols . Pero no por ello se simplificó el asunto amoroso. Tenías que sacar a bailar a quien te gustaba, con la consiguiente rechifla de la solicitada y de sus amigas. En el muy hipotético caso de que consintiera, te veías metido en un combate grecorromano donde los codos de la chica te dejaban las costillas doloridas aun cuando quedara claro que tus intenciones no eran en absoluto aviesas. Pero lo peor de todo es que luego, cuando ibas a confesarte con don Emeterio, tenías que contar tus incursiones luciféricas en las discotecas de La Madrila. "Padre, he entrado en Bols "... Y te caía un Ave María. "Padre, me arrepiento de haber ido a Faunos "... Y te imponía tres credos. "Padre, ejem, me acuso, ejem, de haber estado en Eros "... Y el confesor pegaba un bote, te dibujaba un futuro de azufre y cenizas y de penitencia, un rosario.

En aquellos tiempos no debía de existir san Valentín o cuando menos, nadie nos había hablado de él. Al llegar febrero hacíamos ejercicios espirituales en la Montaña, dejábamos de comer carne los viernes y le cogíamos manía al potaje y al bacalao. Pero del día del amor, nada de nada. Ahora, llega febrero y medio país parece entrar en celo.

La cosa amorosa no parece tan complicada en 2003 como en 1973. Ya no hace falta sacar a bailar ni jugar al rescate , sino que basta con decirle a alguna pava : "¿Oye, te enrollas?". Ella duda y concede, pero aclara: "Vale, nos enrollamos, pero nada de movidas de salir". Es decir, se van tras un árbol, una esquina o una columna, se intercambian segregaciones y si te he visto no me acuerdo, que es lo que significa eso de nada de movidas de salir. ¿Se imaginan ustedes preguntándose en Bols unos a otras: Oye, te das el lote? Pues así son las cosas hoy. Eso sí, alrededor del enrollarse y las segregaciones se monta un festival de no te menees con regalos de flores, bisutería y cenas íntimas.

Pensándolo bien, no es tanto cambio. Antes, el éxtasis en Eros te costaba un rosario y la reprimenda de don Emeterio. Ahora, la movida del enrolle te cuesta cenar en ese restaurante de san Juan donde sirven el menú de san Valentín: gulas de amor, lubina en salsa Cupido y cordero al amor pastoril. Yo, la verdad, me quedo con don Emeterio.