WEw l presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, presentó días atrás el plan de choque que persigue, de una parte, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, principales responsables del cambio climático cuyos efectos son ya perceptibles por la gran mayoría de la población y, de otra, corregir la secular dependencia energética de los Veintisiete. El primer objetivo es lograr que de aquí al 2020 aumente un 20% la eficiencia en el consumo y que las energías renovables cubran el 20% de las necesidades, lo que en la práctica debería significar que la producción de CO2, elemento esencial en el calentamiento de la atmósfera, retrocederá a las cifras de 1990.

Para alcanzar el segundo objetivo, la UE se propone diversificar las fuentes primarias de energía: petróleo y gas. Las recientes crisis de Rusia con varias exrepúblicas soviéticas, que han puesto en peligro el suministro en los países de la Europa central y occidental, aconseja este cambio de estrategia. Aunque las alternativas son escasas, y la volatilidad de la situación en Oriente Próximo hace muy difícil encontrar yacimientos seguros, la multiplicación de suministradores --países y compañías--, minimiza el riesgo. En cualquier caso, reduce la posibilidad de que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, amague con el chantaje energético, como ha venido haciendo hasta la fecha, y es probable que le induzca a comprometerse a largo plazo, como le han pedido la Unión Europea y el G-8, ahora bajo presidencia de la alemana Angela Merkel.

En el fondo de las propuestas expuestas por Barroso alienta la necesidad de modificar gradualmente, pero sin pausa alguna, el modelo de crecimiento posindustrial. Hasta la fecha, salvo algunas excepciones en el sector de las nuevas tecnologías, el crecimiento económico --y ahí están para recordarlo los casos de China y la India-- se ha hecho a cambio de un aumento exponencial, y seguramente insostenible, del consumo energético. Ni en términos económicos ni de protección del medio ambiente es aceptable esa carrera desenfrenada en la producción de residuos derivados de la combustión de productos fósiles.

El hecho de que la UE establezca por primera vez objetivos obligatorios, a pesar de las asimetrías en el grado de desarrollo y bienestar de los 27 socios, es una decisión, no por obligatoria menos acertada, y de enorme repercursión. Acaso esa valentía en fijar objetivos se echa en falta a la hora de abrir el melón del debate sobre el recurso a la energía nuclear. En ese punto, la UE deja la iniciativa a los estados, aunque reconoce que el átomo, a falta de mejores fuentes de energía, puede ayudar en el combate contra el cambio climático. Más temprano que tarde, deberá ser más explícita y considerar qué riesgos se corren con el actual modelo y cuáles entrañan las centrales nucleares de última generación, como la que se construye en Finlandia. El debate nuclear no se debería aplazar.