La cumbre del clima (COP25) que hoy empieza en Madrid debe ser una herramienta útil para acometer la emergencia climática y hacer posible que se alcancen los objetivos que permitan contener las consecuencias derivadas del aumento de la temperatura media del planeta. Incluso a sabiendas de que la comunidad internacional está lejos de la unanimidad, incluso ante la perspectiva cierta de que algunas grandes potencias contaminantes -Estados Unidos, China, Rusia, India- se desentenderán de la asunción de compromisos concretos o simularán hacerlo sin ningún resultado práctico, la aplicación efectiva del Acuerdo de París resulta inaplazable si se quieren limitar los efectos del desastre en curso.

Hasta la fecha, la movilización transversal de la opinión pública en las democracias occidentales ha tenido un peso definitivo en el compromiso de muchos gobiernos con la causa ecologista. El último Eurobarómetro difundido por el Parlamento Europeo revela que el cambio climático es la principal preocupación para el 32% de los ciudadanos de la UE, ligeramente por delante de la exclusión social y del combate contra el terrorismo, una corriente de opinión que ha permeado los programas de los partidos, salvo los de extrema derecha, y ha tenido un efecto dinamizador de los planes encaminados a cambiar sustancialmente el modelo energético, los procesos industriales y los hábitos de consumo. Dicho de otra forma: la calle tiene y tendrá mucho que decir en el esfuerzo de las democracias para abrir una puerta a la esperanza.

La excepción es, sin duda, la posición negacionista de la Administración de Donald Trump, que se ha descolgado del Acuerdo de París y persevera en un modelo económico con efectos desastrosos para el planeta. De hecho, la posición de Estados Unidos, de China, con su vuelta a las centrales de carbón, de la India, para crecer rápidamente, y de varias economías desarrolladas o emergentes con una capacidad de influencia de la calle movilizada menor o inexistente, limita enormemente el efecto del compromiso europeo para detener hasta donde sea posible la degeneración del medioambiente. Y si en el caso estadounidense cabe esperar cambios si cambia el color de los gobernantes, en el caso de China, con un régimen de partido único, la opinión pública en nada cuenta para alterar los designios de sus gobernantes. El caso es que se agota el tiempo, la ciencia no ha dejado de desacreditar a los divulgadores del negacionismo y no cabe aplicar soluciones locales para afrontar una crisis global. La ministra en funciones de Transición Ecológica, Teresa Ribera, lleva razón al calificar de «absolutamente irresponsable» la actitud de Trump. Pero cabe aplicar el mismo calificativo a Jair Bolsonaro y su política en la Amazonia, a las empresas extractivas e industriales que se dedican a buscar argumentos que justifiquen su falta de respeto con el medioambiente y a cuantos con sus hábitos de consumo se desentienden del futuro. De ahí que sea indispensable que la cumbre se cierre con compromisos tangibles.