Más allá de su autenticidad, la grabación con la voz y los designios criminales de Bin Laden ha irrumpido con fuerza en el indescifrable tablero de la crisis de Irak. Washington minimizaba las apariciones reales o ficticias del inductor del 11-S, desaparecido como por ensalmo en Afganistán, pero ahora se ha apresurado a vincular a Al Qaeda con Sadam Husein, pese al abismo entre el laico impío y el guerrero integrista. Y la CIA, al anticipar el contenido de la grabación, incita a recordar falsificaciones históricas. En la imposibilidad de probar la alianza de Sadam con Bin Laden, EEUU los ha presentado aparentemente unidos por una misma causa, y ha tratado de explotar diplomáticamente la paranoia antiterrorista para obtener la sumisión de los países reticentes a la licitud de la guerra.

Con todo, las palabras atribuidas a Bin Laden corroboran que un ataque contra Irak no servirá para yugular el terrorismo islámico, sino más bien para exacerbarlo, en su doble vertiente del odio contra Occidente y contra los árabes apóstatas colaboradores de EEUU. Pero, lejos de buscar el consenso, George Bush se empeña en utilizar la cinta de Bin Laden para rendir a los disidentes europeos.