Las palabras nunca son inocentes. No es lo mismo decir ‘la maté porque era mía’ que hablar de violencia de género. La primera expresión, que resonará en la memoria de muchos, a menudo se enmarcaba en lo que anteriormente se denominaba ‘crimen pasional’ -uno ocurrido en el seno del hogar y que atribuye al asesino una serie de afectos. La ley de violencia de género vino a apagar esa caracterización haciendo pública la naturaleza de estos crímenes y reconociendo una discriminación estructural contra la mujer.

Ese procedimiento -el ‘nombrar’ y sus impactantes consecuencias- volvió a preocuparme hace unas semanas, cuando vi la película El vicio del poder, donde se recrea el ascenso político de Dick Cheney, desde sus inicios como becario en Washington hasta convertirse en vicepresidente durante el mandato de George W. Bush. En un repaso visual de las nefastas hazañas cometidas por Cheney, la cinta lo insinúa responsable de una mudanza lingüística clave ejecutada a conciencia desde las entrañas de la Casa Blanca. Me refiero a la sustitución de la expresión ‘calentamiento global’ por otra más benévola y actualmente en boga: ‘cambio climático’.

Ante la falta de detalles, el filme de Adam McKay me dejó pensativa, sin un contexto en que situar la aparentemente malévola acción, pero igualmente preocupada por los efectos nocivos de uno u otro fenómeno, que a estas alturas son irrebatibles: desde la ola de calor que acaba de sufrir Europa, hasta los datos que apuntan a estos últimos cuatro años como los más cálidos de la historia, pasando por los recientes incendios en Alaska y el derretimiento masivo del Ártico.

RECORDÉ entonces la primera vez que tuve conciencia de vivir en mitad de una debacle medioambiental que requería la acción de todos: fue a los 8 ó 9 años, gracias a la lectura de un pequeño manual titulado 50 cosas simples que los niños pueden hacer para salvar la tierra, publicado en España a principios de los años 90. Como los flashbacks proyectados en la película, traté de rescatar del tiempo menciones al llamado ‘cambio climático’, rememorar cómo llamaban sus páginas a la realidad catastrófica que describían, dulcificándola para una audiencia tan joven como curiosa, pero no di con ninguna pista que me llevara a esa terminología, simplemente porque su uso no era frecuente entonces. Hoy, tras la exploración de la prensa estadounidense, puedo constatar el viraje lingüístico que se produjo durante la era Bush con el objetivo de aplacar una alarma social que habría podido conllevar importantes secuelas electorales.

Según informa el Washington Post y la CNN, ambos términos eran utilizados por la comunidad académica hasta que el científico de la NASA James E. Hansen alertó en el congreso sobre el calibre del ‘calentamiento global’ en relación a los gases de efecto invernadero en 1988, declaraciones que ayudaron a popularizar la expresión.

Pero no fue hasta el año 2002, cuando el consultor y comentarista político Frank Luntz, muy cercano a los círculos republicanos, recomendó en un memorando enviado a la Casa Blanca abolir las referencias a dicho calentamiento en pro de su más asequible sinónimo ‘cambio climático’, con el fin de evitar las connotaciones catastrofistas del primero y sugerir ‘un desafío más controlable’ y de menor carga emocional. Luntz, al que se ha considerado experto en opinión pública y actual colaborador de la Fox, el canal de noticias más cercano a Trump, logró con aquel documento no sólo que multitud de organismos oficiales, incluida la Agencia de Protección Ambiental, siguieran su consejo y adoptasen el lenguaje propuesto, sino que miles de personas más allá de las fronteras de Estados Unidos dejasen de considerar la amenaza medioambiental como un asunto prioritario puesto que, al nombrarla de forma diferente, había perdido precisamente ese carácter amenazante.

Cuesta cuestionar las palabras, los relatos institucionales, contraponer a éstos términos alternativos que digan otra cosa, batallar por los significados. Sin embargo, lo hacemos de continuo, y a veces con resultados exitosos. «No es abuso, es violación», se clamó frente al caso de La manada. «No es una crisis, es una estafa», gritamos años antes. En el lenguaje se nos va la vida, se nos van vidas y a través de él también se rescatan.

* Escritora