Se han preguntado ustedes alguna vez por qué los maestros tenemos tantas (presuntas) vacaciones? Vamos a intentar explicarlo. No se trata solo, ni fundamentalmente, de descansar -que también: imagínense protagonizar cuatro o cinco «funciones» teatrales al día (eso son las clases), durante más de nueve meses, ejerciendo, a la vez, de actor, guionista, director, jefe de sala, y acompañante de un público, por demás, no siempre bien dispuesto-... Tampoco se trata, únicamente, de dar a ese «público» -al alumnado- el tiempo de juego, ocio y vida familiar que todo niño o adolescente necesita para desarrollarse más allá de (y más aún que en) las clases. Por encima de todo eso, la verdadera razón de las vacaciones que tenemos no es otra que la de disponer de tiempo para... renovar nuestra propia condición de maestros. A ver.

Las dos únicas condiciones fundamentales -y relacionadas entre sí- para ser maestro son -por este orden- las de ser sabio y buena persona. No hay más. Frente a la imagen -falsa y nociva- del docente como una especie de técnico experto en tecnologías didácticas y psicoeducativas, el verdadero maestro (en general y en genérico) es aquel que, por sus conocimientos y su bagaje humano, despierta en el alumno las ganas de saber y de ser. Hagan memoria y verán como el maestro que más ha influido para bien en sus vidas no fue el que más innovadoras actividades desplegaba en clase, ni siquiera el que más «comunicaba» o empatizaba con sus alumnos, sino, sencillamente, el que más cosas apasionantes y verdaderas tenía para contarles y mostrarles, encarnadas en su voz y en su persona. Todo lo demás, o casi, no es más que novelería, negocio o marketing político.

Ahora bien, a esas dos cualidades -la sabiduría y la bondad- que hacen maestro al maestro hay que darles su tiempo de siembra y espera. No basta cultivarlas sobre la marcha. Hay que hacerlo también a conciencia, lejos del «escenario», tomando perspectiva, tal como hace un artista en busca de inspiración y experiencia antes de una obra nueva.

Así, renovarse como maestro quiere decir, en primer lugar, disponer del tiempo suficiente para re-proveerse de aquello que -por encima de cualquier otra cosa- autoriza a alguien a enfrentar un aula, a saber: el saber. Ya sé que hoy, como dice el tango, sobran necios que -desde el absoluto de su ignorancia- relativizan el valor del saber. «Total -te dicen-, lo que hay que enseñar es algo tan básico...»; o «déjate de conceptos, que lo que hay que educar son las emociones, para que el niño sea feliz...» -como si la cualidad y la calidad de nuestras emociones y felicidad no dependieran, absolutamente, de la de nuestros conocimientos-. Acudan, en fin, de nuevo a su memoria, y verán como no recuerdan un solo gran profesor o divulgador que no fuera un experto en su materia -ni un solo profesor ignorante que no convirtiera su clase en una intolerable pamplina o simulacro-.

En segundo lugar -decíamos-, para ser un buen maestro se precisa ser buena persona y, en cierto modo, un modelo moral para los alumnos. Esto no tienen nada que ver con ser un beato, ni con exhibir tal o cual ideología o creencia en el aula (adoctrinando a quienes aún no tienen el criterio suficiente para defenderse), sino nada más (y nada menos) que con ser una persona «vivida», esto es, poseedora de una vida lo suficientemente intensa y pensada -si ambas cosas no son lo mismo- como para contagiar esa vitalidad y amplitud de miras a los demás. Algo para lo que también se necesita tiempo libre.

Más allá del necesario descanso, el tiempo libre no es -para un maestro- el de no hacer nada u obrar a capricho (ni la nada ni el azar tienen -ni por asomo- nada que ver con ser libres), sino el de hacerse más lúcido y activo para no ser esclavo de nadie (ni siquiera de sí mismo) y poder cultivar luego esa libertad y saber en sus alumnos.

Esa misma libertad -para la maestría- es la que, por cierto, deberían exigir para si todos los que la ven -ciegos de envidia- como un privilegio a barrer en vez de como un modelo a imitar. Allá ellos. Yo me tomo, nunca mejor dicho, la palabra, y les deseo unas vacaciones... magistrales.