Aveces una recuerda el viejo aforismo de Benjamin Franklin, cuando decía que: Los «impuestos» son contra el trabajo, el patrimonio y el ahorro. Para el pueblo, solo quedan «la muerte y los impuestos». La realidad que la persistencia de mantener nuestro Estado Social es clave para seguir instituyéndonos como sociedad justa y equitativa. Los impuestos -y especialmente en esta época-- se sitúan en el centro de nuestras vidas. Siempre parecen ser poco equitativos si hemos de pagar, y poco justos si son escasos sus resultados. La verdad que, recientemente, he tenido que estar por causas familiares en un centro hospitalario, y he podido observar el esfuerzo económico, y la capacidad de trabajo de unos profesionales. Se habla de una sanidad cara, que con el aumento de nuestra cronología de vida se hace casi absolutamente necesaria, si queremos mantener una calidad de vida, al margen y, sustancialmente, de nuestras cuentas corrientes.

Los impuestos esos denostados gravámenes económicos para muchos trabajadores estarán bien pagados, si están bien empleados. Falta, y más en sociedades donde la corrupción hace mella, toda una pedagogía, desde nuestras aulas, sobre la necesidad de pagar impuestos para mantener sociedades del bienestar, y que exista una concienciación para asumirlos, en base a contribuir solidariamente al bienestar de los que más lo necesitan. En nuestra sociedad de libre mercado, las fuerzas económicas, y los esfuerzos de los trabajadores deben estar compensados, para que nadie pueda ser subsumido a niveles de precariedad personal y laboral. Y para ello debe contribuir con éxito un buen sistema impositivo, que trate de tender al principio de que pague más el que más tiene. Y esto a todas luces no parece ser así, dependiendo de las capacidades para sustraerse a esas normativas impositivas, que parecen tener los que debieran pagar más impuestos. O al menos, con el hecho de satisfacer esa demanda de una sociedad que necesita seguir fortaleciendo su sistema público educativo, de salud y de infraestructura. Y más, cuando y así lo dicen informes y estudios geográficos y sociológicos, respecto al hecho de que se van a ir necesitando mecanismos de compensación entre poblaciones aisladas, rurales, y la soledad como moneda de cambio ante una sociedad occidental que ha hecho dejación del verdadero valor de vivir en comunidad. Valdrá la pena pagar impuestos si esos revierten, de verdad, y con total equidad desde la verticalidad de los que más lo necesitan. Una sociedad que debe de tener la grandeza y la crítica suficiente para otorgar a los ciudadanos más necesitados, los servicios necesarios para una vida que garantice sus derechos fundamentales: salud, educación y vivienda, entre otros.

Es el paradigma del siempre modelo en relación a una sociedad que no asuma, con normalidad y aceptación irremediable, la exclusión de parte de sus ciudadanos por la incapacidad de recaudar, en relación a los que más tienen. Y no se trata de visualizar parámetros sólo económicos, sino medidores reales que den capacidad a nuestros gobiernos para emprender verdaderas medidas económicas, que sepan mantener el equilibrio de rentas, frente al desequilibrio que provocan intereses económicos de unos pocos, frente a la mayoría.

En este modelo de correlación entre impuestos y bienestar social nos jugamos la sociedad del futuro, aquella que aspira a la igualdad, porque en la igualdad está la equidad en derechos y deberes.