El gran apagón que vivió el lunes el Valle de Arán exige mucho rigor a la hora de pedir explicaciones. No sólo se ha perjudicado de manera directa a 25.000 ciudadanos y a centenares de comercios y restaurantes. La cuestión de fondo es que se ha dañado la imagen de una comarca que tiene como principal fuente de ingresos el turismo invernal. Los datos más sosegados sobre cómo se resolvió la recuperación del suministro eléctrico y cómo se impidió que se extendiera el pánico, sobre todo en las carreteras, merecen el único aprobado: ante un hecho que no debió suceder, la reacción de los servicios públicos y de los ciudadanos ha sido encomiable. Un corte de fluido eléctrico tan prolongado como el del lunes no puede justificarse sólo por un exceso de demanda. La compañía eléctrica sabe que la calidad de su servicio se mide, precisamente, en que sea ininterrumpido. Y esta vez no puede achacar a causas ajenas --incendios en verano, aludes en invierno-- la caída de la tensión en una de sus centrales aranesas. Está claro que el plan de mejora de suministro en toda Cataluña que la compañía presentó hace dos años para toda la década requiere una revisión urgente: esos plazos deben acortarse.