Desde siempre se ha dicho que la palabra no es sustituto de la voluntad. Y la voluntad es la generación de capacidad para actuar. En nuestros días esto de la palabra queda tan reflejado, y al mismo tiempo tan inconsistente como la proyección meteórica de las redes sociales. Todo parece noticia, pero no siempre esa noticia está basada en la palabra. Y la palabra antecede al diálogo a la capacidad de negociar e interactuar. Demasiadas veces y cada vez más parece el estruendo de demasiados mensajes, demasiados comunicados y pocas palabras. Las justas que sirven para conformar cualquier diálogo. Ahora toca negociar o no toca negociar, o, quizás lo que toca es hacerse esa foto, como sustituto de ese diálogo.

En exceso escuchamos muchos comunicados y muchas imágenes y al final una se pregunta y ahora de qué y sobre qué se ha hablado, discutido o consensuado. Esto es como cuando hay un hecho puntual, una catástrofe o un tema de incidencia mediático, se hacen las múltiples fotos y luego de aquello queda nada o casi nada. Y la palabra dada, ¿dónde queda? ¿cuál ha sido la resolución que contrae tanta foto y tanto pronunciamiento?

Una sociedad que en sus múltiples comunicados de prensa y proliferación de redes sociales nos describe escenarios de manifestaciones de todo tipo, de pronunciamientos, de rupturas en muchos casos y en los menos de diálogo. Y dónde queda esa palabra? ¿dónde queda el ejercicio de la palabra? ¿dónde queda el testigo de esa palabra?

En muchos casos siempre se dice que lo importante es lo firmado, es lo que se ha acordado, lo que se ha dialogado con el sentimiento de sinceridad. Pero para ello hace tiempo, y parece que en nuestros días ese tiempo es casi inexistente o casi eludible. Y esto es determinante para esa falta de diálogo. Cuando una se asoma a los medios de comunicación observa que el diálogo entre nuestros dirigentes se ha convertido en posicionamientos previos de difícil acuerdo o encaje en el concepto del consenso. Se trata de traslucir que uno o una es el predominante frente a sus iguales. Y mientras, en el caso del debate político, todo queda enfrascado en el enfrentamiento, en lugar de que ese debate conlleve resoluciones, que tienen o podrían tener consecuencias positivas para la ciudadanía. Si pusiésemos el contador a cero en tantas y tantas veces que se dice la palabra diálogo y todo queda en un resumen de posturas, sin mayor debate, nos situaríamos en el menos uno.

Es importante que la palabra, y la palabra dada quede en el escenario de las decisiones, que en este país debe tocar ya de nuevo, ese consenso del diálogo respecto de los que tienen la capacidad de liderarlo y llevarlos a cabo. Y se acabe con ese frentismo que tiene más que ver con el oportunismo de los mediocres, que con el necesario y verdadero escenario del franco y deseado debate político, que ayuda a transformar la sociedad.

Este país y sus gentes se merecen que todo esa situación de radicalismo que se está produciendo, por mor de la mayor mediocridad política, quede apartado de la cosa pública, y la cosa pública sea el mayor desafío de la clase política en garantizar el bienestar de su sociedad.

Es absolutamente necesario que la vida parlamentaria y política en España deje de estar en la greña constante, y ponga sus resoluciones y decisiones en resolver los problemas de este país, que como el resto de países está en el contexto de cambios, tan exponenciales como radicales en relación a modos y maneras políticas, económicas y sociales.