El tiempo no pasa en balde y nos marca con sus surcos. Lo vivido convierte cualquier tiempo pasado en mejor, gracias a la nostalgia o a ese defecto tan común de engañarnos a nosotros mismos --España es ahora mucho mejor que antes y, sí, también se vive mejor-- y transforma no solo los cuerpos sino las almas. Nuestras caras, piel, cerebro y órganos. Nuestras emociones, percepciones, intereses y gustos. Una antes no soportaba el dulce y ahora lo necesita, odiaba el café con leche frío y ahora lo saborea o se ponía mucha falda y ahora prefiere el pantalón.

Así, le llaman la atención noticias que antes hubiera ignorado y le resbalan otras, sobre las que antaño se hubiera lanzado con avidez. Y constata su indiferencia ante la información según la cual, a Javier Cercas le hubiera gustado reencarnarse en sí mismo, no por egolatría, sino para no repetir errores, deseo muy loable, pero irrelevante ya para una, debido a lo poco que le gustó su novela El impostor y la negativa valoración que hace de su evolución desde aquellos geniales inicios de Soldados de Salamina, precedidos por libros tan prometedores como El móvil o El vientre de la ballena. A una ya no le interesa Cercas porque valora poco su obra reciente. Y se siente libre para eludir una noticia donde se hable de él y devorar en cambio la que cuenta que la profesión más valorada en España, es bombero y la menos, político.

Luego se informa de la evaluación recibida por los profesores y se enorgullece de que, pese a haber perdido algunos puntos, esa vocación que ama es de las más valoradas. No es este el espacio destinado a discutir si la escasa popularidad de los políticos es justa o no. Pero sí el de preguntarse cómo es posible que dichos profesionales de tan escaso predicamento entre la población se atrevan a prometer una y otra vez disparates como, por ejemplo, eliminar los deberes en Primaria, sin preocuparles la opinión de los expertos en dicho campo, que somos los profesores y que estamos bastante mejor valorados que ellos entre los ciudadanos.