Tengo 25 años y estudio Medicina. Para ello he tenido que pasar cada trámite que exige el modelo educativo español: primaria, secundaria, bachillerato y PAU. Pese a mi relativamente corta edad, he vivido ya cuatro leyes orgánicas educativas y no descarto vivir una quinta antes de jubilarme como estudiante. Desde mi perspectiva, la formación académica española es un agónico convento de clausura en el que se te exige un uso equivocado del sistema nervioso. Hablo de lecciones magistrales sin interacción con el escolar, de memorizar conceptos pero no aprenderlos y de la vomitona de cada examen y posterior vacío sináptico. Esta situación me llevó a abandonar el sistema educativo varias veces en busca de una motivación que eclipsara esta aparente inutilidad y me permitiera entrar en Medicina. La hallé como voluntario en la Cruz Roja, donde vi que cuanto más estudiase más podría ayudar. Ahora, en los últimos escalones de la enseñanza, desde una universidad pública y una carrera en la que la memoria debería pasar a otra dimensión, les confieso que nada ha cambiado. No es poco común ver a compañeros con matrículas de honor que tienen que reaprender cada año y volver a vomitar letras en el papel cual trastornado dismórfico. Es inverosímil que esta sea la formación que pagamos con nuestros impuestos y es desesperante para muchos alumnos brillantes ver cómo se valora solo una parte concreta del espectro de la inteligencia. No es por las siglas o los partidos, es un error perpetuo y patognomónico de nuestro Gobierno, incapaz de aplicar los modelos más exitosos de su alrededor en la mejora de una enseñanza tocada pero no hundida. De la fantasía shanghaiana o la utopía finlandesa a la realidad cotidiana más frustrante hay una escala de verdes, por no usar el gris y esbozar algo de esperanza. Pero en España legislamos sobre educación sin educadores, y eso nos condena.

REDES SOCIALES

Dejemos de odiar

Pablo Benítez

Alcuéscar

Internet, ese bicho que escapa a la realidad y se vuelca en multitud de formas inusuales a nuestro concepto idealista. Concepto mutable y variopinto que se mueve hacia un lado y otro como un péndulo vicioso buscando un punto donde fijarse. Un punto al que nadie sabe llegar pero que cada día ahonda más y penetra en nuestros corazones hastiados de la fragilidad de estos momentos ingratos a la humanidad. Lucha constante entre unidad y separación, entre ayuda mutua o respaldo de Estado, entre trabajo y desempleo, entre bienes comunes y separación de bienes. No es extraño ver las diferencias en las redes sociales, sitios creados para la amistad que crean enemistad, dispersando en lugar de unir, ya que nuestro sino consiste en el trabajo constante de la meditación, cosa que no da lugar al sentirnos amalgamados en las redes y, sin querer, en lugar de amar, odiamos.

ESCUELAS

Prohibir el móvil

Meritxell Perera

Barcelona

Trabajo en el comedor de un colegio, vigilando a estudiantes de 12 y 13 años. Y me sorprende su mala educación, ya no juegan y casi ni se relacionan, por no hablar del poco interés que tienen en sus estudios. No hace tanto, los patios estaban invadidos por niñas en corro hablando sobre las niñas de otro corro mientras los chavales le daban a la pelota en equipo. Ahora se sientan en las escaleras, sacan sus móviles y empiezan a hacerse selfis interpretando una vida maravillosa. Pero lo más triste es la agresividad con la que te contestan cuando les dices que guarden el teléfono porque vamos a comer. Están tan absortos, que cualquier comentario del exterior saca su lado más oscuro. Ahí empiezan los insultos y las miradas de odio. Si estas son las generaciones que están subiendo, dan miedo. Quizá deberíamos empezar por prohibir los móviles en el cole y, sobre todo, dar ejemplo guardando los nuestros, por algo somos educadores.