TAtños 80, en la católica y húmeda Irlanda. El cura del condado de Wexford, Sean Fortune , conoce a un chaval en un grupo juvenil. Dos semanas después, un viernes, el párroco se presenta en el domicilio de los padres y les pide permiso para llevarse al crío a su casa el fin de semana; así se familiarizaría con los quehaceres parroquiales. Los abusos comenzaron esa misma noche. Veinte años después, Colm O´Gorman tuvo el coraje de exorcizar sus pesadillas en forma de libro, convertido en éxito de ventas: "A menudo --escribe en Beyond Belief (Más allá de lo imaginable )--, me obligaba a practicarle sexo oral mientras él conducía por las estrechas carreteras secundarias que llevaban a su casa". El cura se suicidó antes del juicio.

O´Gorman, hoy secretario de Amnistía Internacional en Irlanda, acaba de colgar en su blog la respuesta a la carta que Benedicto XVI dirigió a los católicos irlandeses el domingo. El activista subraya que la pastoral es papel mojado porque no depura la responsabilidad de quien miró hacia otro lado, de quien escondió la mierda bajo la alfombra. O´Gorman se sorprende, además, de que el Papa enmarque la pederastia entre la jerarquía eclesiástica en la "rápida secularización" de Irlanda, cuando, en realidad, han sido las transformaciones del país las que han permitido que las víctimas hablen. Otras voces han lamentado que la carta de Ratzinger no pida disculpas... Pero, bien mirado, pedir perdón carece de mérito; incluso se esconde un punto de arrogancia en quien lo pretende, como la del lobo que lloriquea después de haber asestado un zarpazo en el vientre del cordero. ¿Cómo podría O´Gorman perdonar al cura que lo violó durante tres años? El párroco lo avistó entre el rebaño y se relamió. Algo debió de advertir en él; cierta dulzura, algún ademán. Quizá al niño le aburría el fútbol. En una alambicada perversidad, cuando el muchacho se atrevió a plantarle cara, el religioso le dijo que la culpa había sido de él y que tendría que contárselo a su padre. No hay, pues, grandeza alguna en pedir perdón; solo la hay en quien es capaz de perdonar.