Un vecino es una persona que se cruza contigo todos los días, en el ascensor o las escaleras, te ayuda con las bolsas si vienes cargado y sujeta la puerta con aire amable, mientras acaricia la cabeza de tu hijo. Un vecino te da los buenos días, pregunta por las vacaciones o se ofrece para regar las plantas. Los hay también que arman ruido por las noches e incluso quienes taconean desde que se levantan. A veces, una simple llamada de atención basta, porque vivimos en sociedad y nadie quiere para los demás lo que rechaza para su familia. En algunas ocasiones especiales, como las Navidades o la final de la Liga, se hace la vista gorda ante los gritos y se mira hacia otro lado si uno encuentra al del sexto haciendo eses en el portal. Y también están las reuniones de vecinos en las que se discute por todo, aunque no llega la sangre al río, porque, repito, somos seres sociales y como tales nos comportamos. Pero toda regla tiene sus excepciones. Basta mirar cualquier guerra civil, para ver cómo el vecino amable te denuncia, o te acusa de judío, o lo que quiera. Quizá sean los mismos que no denuncian los malos tratos o los que dejan la bolsa de basura goteando o suben en el ascensor sin esperar a nadie. Seres asociales. Comportamientos anómalos en época de guerra. Y por fin, aunque son pocos, también están los vecinos verdugos y las víctimas. De qué hablarán en el portal, qué se dirán en las reuniones, quién sujetará la puerta a quién. Cómo evitar un saludo en el rellano. No sé ustedes, pero yo no acabo de creer que no pueda prohibirse esa vergüenza, viuda y asesino juntos, la mecha encendida al lado del polvorín.