La noche que la Unión Soviética desapareció, hace 20 años, yo estaba en la plaza Roja, trabajando para Televisión Española. La plaza estaba casi desierta. Helaba mientras en el gran palacio del Kremlin alguien arriaba la bandera roja y la sustituía por la de Rusia. El presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov , acababa de dimitir tras una lucha titánica por salvar la reforma del decadente sistema soviético. Era el final de una superpotencia que durante 70 años había sido el símbolo del comunismo en el mundo y la peor amenaza para el capitalismo.

Veinte años después, he vuelto a la plaza Roja de Moscú. El signo del poder comunista es ahora el escaparate del cambio al capitalismo. La plaza que el KGB controlaba minuciosamente está llena de publicidad y de una ruidosa y desinhibida multitud. Hay libertad para pasear, rezar en las iglesias, admirar el Kremlin tomando una copa en los lujosos almacenes Gum, vacíos y decadentes en tiempos soviéticos.

Muchos moscovitas han perdido el gesto amargo del pasado y son amables con los extranjeros. Sonríen más. Pero la mayoría de los rusos están preocupados y no viven mejor que hace 20 años. La democracia de imitación que se ha instalado en el país deja crecer la corrupción y las mafias, permite una gran desigualdad social y la violación de los derechos humanos. Los rusos viven al margen del Estado porque desconfían de él y lo temen como en la época soviética.

Los empresarios pequeños y medianos sienten terror ante inspectores y policías corruptos que los amenazan con cerrarles sus negocios o encarcelarles si no pagan los sobornos que piden. La corrupción está tan extendida en Rusia que ahoga la iniciativa privada y la economía.

XCOMO OCURRIAx en los hospitales soviéticos, se ha de seguir sobornando a médicos y enfermeras simplemente para que te atiendan. Mal pagados, los profesionales abandonan el sistema público por la nueva medicina privada, que tampoco ofrece garantías. En el campo de la educación se añora el sistema educativo de la URSS, que dio excelentes científicos, músicos o astronautas.

Los ancianos no pueden vivir con las pensiones y les cuesta creer que el Estado no les dé lo más básico para subsistir. Son algunos de los 21 millones de pobres que hay en el país, el 15% de los rusos. Mientras los nuevos ricos forran sus coches con piel de imitación y exhiben un lujo delirante, las diferencias sociales enrarecen la convivencia.

En Moscú se han abierto lujosas tiendas que conviven con los miserables establecimientos de la época soviética. Hay muchos productos, pero no todo el mundo se los puede permitir. La comida es más cara que en Barcelona o Madrid y los sueldos son mucho más bajos. Según las encuestas, el 73% de los rusos consideran el aumento de precios el principal problema del país.

Diez años después de la desaparición de la URSS, la gente valoraba mucho la libertad que tenía. Ahora se ha instalado el autoritarismo con el dúo Putin-Medvédev en el Krem-lin. En esta democracia de imitación, una gran parte de la población no está representada. Los partidos que votarían no obtienen la legalización y quedan fuera del sistema político. Crecen el fascismo y la xenofobia.

Si falta libertad en Rusia, en muchas antiguas repúblicas soviéticas, como Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Bielorrusia, la opresión es igual o peor que en tiempos de la URSS. Ahora tienen libertad nacional, pero la corrupción, el deterioro de la sanidad y de la educación y la represión impiden el desarrollo.

Hace 20 años, el mundo capitalista quiso deshacerse del comunismo en dos días dando apoyo a los dirigentes soviéticos más oportunistas. No le importó que individuos sin escrúpulos se apropiaran de la riqueza que pertenecía a toda la población e impusieran su poder político y económico. Las repúblicas que formaban la URSS se convirtieron en países independientes, mientras la antigua nomenklatura mantenía el poder y expoliaba al Estado. La opresión, la eliminación de opositores y periodistas, la falta de transparencia, de valores y principios, han impedido consolidar un verdadero sistema democrático. La clase dirigente no tiene ninguna noción de servicio público.

En 1986, Gorbachov comenzó a reformar el sistema soviético instituyendo la glasnost o transparencia informativa. Desde que se deshizo la URSS, más de 200 periodistas han sido asesinados por denunciar la corrupción de los dirigentes y las injusticias del sistema. Anna Politkóvskaya informó de la violación de los derechos humanos en el Cáucaso y, tras su asesinato, Gorbachov dijo: "Así acabamos los idealistas que queremos mejorar el país".

Veinte años son pocos para cambiar la mentalidad de la población y el comportamiento político de los dirigentes. En toda la antigua URSS, la gente lamenta volver a perder libertades y teme la consolidación de los sistemas autoritarios. De momento, en Moscú, cuando el presidente o el primer ministro ordenan detener el siempre colapsado tráfico para poder circular sin obstáculos, los conductores ya les empiezan a dedicar ruidosos bocinazos.