Supongo que más de uno de ustedes estuvo en vela la otra noche, y aunque al día siguiente había que madrugar, merecía la pena. Otros años, casi parecen una eternidad pasada, haberlo hecho por ver los Oscars o la Super Bowl podía parecernos una pequeña excentricidad o un pequeño capricho para estar al día, en la conversación de moda, en línea con ese lugar que parece dirigir el mundo, pero quienes el miércoles con los ojos hinchados me decían que no habían pegado ojo no me parecían nada de eso. Muy lejos de las tendencias o la frivolidad estaba la preocupación ante quien ejerce la política como si fuese un reality show: todo parece fruto de los instintos, natural, espontáneo y casi vulgar pero, detrás, plagado de estrategia e intereses demasiado serios. Una noche en vela por conocer quien sería el próximo presidente de los Estados Unidos bien vale el desvelo de todos los ciudadanos y ciudadanas que amamos la democracia; no era una noche más, no es un presidente más, es mucho más, es la manera de hacer, de comunicar lo que es el servicio público.

Ortega dijo que la nación es un proyecto sugestivo de vida en común, a lo que me gustaría añadir, sustentado en sólidos pilares democráticos. Asistimos impávidos a los envites que la administración Trump está llevando a cabo tras las elecciones presidenciales en EEUU, cuestionando el sistema electoral sin aportar pruebas, dudaba de él incluso antes de que la gente pudiese votar.

Para la mayoría de aquellos que hemos crecido mirando a la democracia americana con admiración y respeto, estos días nos entra un cierto escalofrío al comprobar como un sistema robusto y fiable, con la historia que le respalda, puede verse amenazado de una manera tan salvaje, cómo puede afirmarse con tanta ligereza que las papeletas aparecen sin control, como si tal vez estuviésemos hablando de la elección de un lugar cualquiera, de la forma más informal, casi como si se tratase de una organización al margen de la ley, pero no es así, se trata de un gran país, de una democracia consolidada, de instituciones, de organizaciones internacionales que velan por los procesos electorales democráticos.

Los inicios de los conflictos siempre son contados por personas anónimas de la misma manera, un día se está en paz, discutiendo y compartiendo mesa con un conocido que piensa de manera diferente a ti, y al día siguiente estás combatiendo contra él. No quiero decir que en Estados Unidos haya un clima similar o que eso se vaya a producir, nada más lejos, simplemente me gustaría resaltar que a la democracia hay que mimarla, cuidarla, respetarla, y sí, quizá no sea infalible, ni perfecta, pero es lo mejor que tenemos para vivir en libertad y el primer paso para destruirla es ponerla en cuestión, dudar de su credibilidad, de su justicia.

La democracia española es muy joven, poco más de cuarenta años, en cambio, en ese tiempo, hemos vivido todo tipo de sucesos, alguna intentona de golpe de estado, el terrorismo de ETA, pulsos al estado por parte de algún territorio y no nos han faltado múltiples repeticiones de elecciones por la incapacidad de formar gobierno pero, a pesar de todo esto, hemos sido capaces de superar esas dificultades y seguir caminando unidos bajo un mismo amparo constitucional, un gran país lo es por su capacidad de consenso, de unir lo diferente bajo el respeto y la convivencia, y eso, todos los días se trabaja.