Son curiosos estos tiempos. Y convulsos en ocasiones cuando abordamos el dilema catalán como si un experimento de diván se tratara. Porque, oiga, a mí también, que soy español, me gustaría opinar si me lo preguntaran. Pero, claro, solo responderán, veremos qué pasa al final, quienes realmente no se estén dando cuenta de que todo lo que los políticos independistas están haciendo es una ilegalidad manifiesta.

Vamos, como si a usted y a mí no nos diera la gana pagar a Hacienda porque nos ponemos de acuerdo. Y tan peculiar es este siglo, que hasta nos toca vivir que los extremeños tengamos que convocar manfiestaciones para pedir que nos doten de un tren en condiciones. Y en otras comunidades, a las que sobran vías decentes de comunicación, se rebelen contra el Estado porque quieren más y más.

Realmente sería significativo comparar las inversiones que durante años y años se han dejado de recibir en Extremadura y que han llegado a otros territorios para mantenerles a raya o, al menos, no tan descontentos como para irse del país. A veces el caso catalán me recuerda al padre que da todo a sus hijos y recibe a cambio una bofetada y, encima, se siente culpable por no haber conseguido evitar que no se marcharan de casa. Quizá les parezca un ejemplo simplista, pero mientras, ojalá, cientos de extremeños estén clamando en Madrid por un tren decente el 18 de noviembre, en otras regiones como Cataluña el conflicto puede haber adquirido unos tintes inauditos. Y no me pregunten qué puede pasar, pero la comparativa entre ambas situaciones no aguanta ni un minuto por lo lamentable de la situación.

Qué quieren que les cuente. Repetir una y otra vez una mentira puede terminar convirtiéndose en verdad y lo del tren con Extremadura sería un culebrón estupendo si se llevara a la televisión.

Lo de Cataluña, aún más por la reiteración y lo cansino que resulta asistir al espectáculo bochornoso de cómo se puede ningunear la ley. Hablan ahora de choque de trenes entre el Estado y la Generalitat, pero la de Extremadura bien podría llamarse el del olvido.