Hugo Chávez no es el Cid bolivariano. Su candidato ungido, Nicolás Maduro , se ha alzado, sí, con la victoria, pero ha sido una victoria pírrica pese a tener a favor la ola emotiva tras la reciente muerte del comandante además de todo el aparato administrativo y mediático que el populismo chavista puso en pie. A la vista del ajustadísimo resultado, la herencia dejada por Chávez es la de un país divido en dos mitades, polarizado al extremo. Este es el complicado legado que deberá gestionar Maduro al que hay que sumar la difícil situación económica y la inseguridad ciudadana. Las urnas no le han dado a Maduro el margen de confianza que necesitaba para afianzarse en el poder, tanto en el de la nación como en el de su propio partido, pese a la chapucera presentación visual de los resultados en la televisión. Nada más conocerse estos, le faltó tiempo a su rival dentro del chavismo, el exoficial del Ejército y actual presidente del Parlamento, Diosdado Cabello , para pedir una autocrítica.

Visto en perspectiva, este resultado confirma la lenta pero constante pérdida de popularidad del chavismo. En octubre del 2012, cuando un Chávez enfermo fue reelegido para un cargo que nunca pudo jurar, lo fue con el 55% de los votos mientras que en las anteriores presidenciales, en el 2006, lo había sido con el 62,8%. El chavismo está pues en un proceso de franco declive.