Esta mañana he oído por radio que en Colombia se utiliza mucho el verbo «ventanear», aplicado a aquellas personas que utilizan sus ventanas para asomarse a la calle y entablar conversaciones con sus vecinos a través de ellas. Yo, que vivo en un bloque de vecinos con un patio interior que no me permite ver la calle, ni el tránsito de vecinos, donde solamente diviso las traseras del Edificio de Servicios Múltiples, las del edificio colindantes, también perteneciente a la Junta y las traseras del Hospital Virgen de la Montaña, puesto de nuevo en servicio por la crisis del coronavirus. Mi relación con el Hospital viene de lejos, desde mi niñez, hasta ahora, ya en plena senectud, por lo que me ha permitido ventanear mucho. Incluso soñar en que alguna vez se podría haberse convertido en un hospital geriátrico, donde se nos pudiera atender al cada día mayor número de personas mayores, a la vez de cumplir otras funciones sanitarias sociales. Hoy, por desgracia, mi ventaneo se ha convertido en otra cosa. Observar el numeroso número de ambulancias que entran por el antiguo Servicio de Urgencias con enfermos de coronavirus y, los muchos coches fúnebres que salen con féretros de difuntos camino de los diferentes tanatorios o crematorios. También nos ha permitido a mi mujer y a mi asomarnos todos los días a las 8 de la tarde a nuestras ventanas para aplaudir y agradecer a sanitarios y a tantas personas que trabajan por nosotros poniendo en peligro sus vidas.

También mis ventanas me han permitido colocar una pancarta dando las gracias a todas personas mencionadas por el cuidado que nos prestan. Algunas veces somos contestados por enfermos desde las ventanas de las habitaciones donde están ingresados. Ahora, solo espero que esto acabe pronto, que creo que no, para abrir mis ventanas de par en par y ventanear a los cuatro vientos nuestra alegría.