Fue Marcel Proust quien dejó dicho que los seres humanos tendemos a convertir las convicciones en evidencias. Ignoro el tiempo que José Luis Rodríguez Zapatero habrá dedicado a leer a Proust --parece que se dejó deslumbrar más por los fuegos de tropos de Borges --, pero hay algo en su forma de hacer política que es llamativamente proustiano . Me refiero a la morosa recreación de las mismas o parecidas escenas; en su caso en relación con las estampas del nuevo costumbrismo político vasco.

Proust aceptaba mal la realidad y optó por construir un silencio acorchado a su medida. Zapatero no ha digerido el atentado de la T4 de Barajas y actúa como si el crimen no hubiera vuelto a irrumpir en escena. En ese registro llama la atención la inopinada cancha política otorgada a Arnaldo Otegi diciendo que aprecia elementos distintos en el discurso de este personaje --recordemos-- imputado por la Justicia como presunto integrante de una organización terrorista. Zapatero quiere reanudar el proceso de paz y a esa pulsión hay que remitir cuanto diga y haga en los próximos tiempos. Juega la partida con desventaja porque quienes se ocultan detrás de las capuchas saben que hagan lo que hagan, él va a seguir intentándolo.

Por eso le halagan a través del ventrílocuo Otegi, un tipo que considera el atentado criminal de Barajas "un fenómeno coyuntural". Seguro que las familias de los dos ecuatorianos asesinados lo recuerdan con otro nombre. Por cierto, que visto que las declaraciones de Otegi a La Vanguardia coincidían con nuevos y violentísimos ataques de kale borroka (la barbarie que Otegi alardeaba de poder cortar yendo de prédica pueblo por pueblo),tengo para mí que el presidente del Gobierno haría bien en reflexionar antes de meterse en otro proceso de paz . Una apuesta política muy arriesgada que se apoya más en las encuestas que en un mandato explícito de quienes votaron al PSOE hace tres años.