Ver es percibir algo con lo ojos, pero nos quedamos en la epidermis de las cosas. Y mirar es fijarnos con mayor atención en ellas. Más allá del hecho fisiológico de ver, está el magnetismo y el pellizco de la mirada. Vemos con los ojos y miramos con el alma, por eso la mirada es su mejor espejo. La mirada no engaña, las palabras, sí. Mirar un cuadro, por ejemplo, supone valorarlo en toda su esencia; de ahí que, de las personas que visitan el Prado, no son muchas las que lo han "mirado". Decía René Berger que un cuadro es un texto que hay que saber leer; es decir, hay que saber mirarlo.

Esto lo saben los poetas, que matizan las expresiones con agudeza: "Por una mirada, un mundo, por una sonrisa, un cielo...", decía Bécquer . O es Machado , que adjetiva nombres con gran fulgor plástico, pasando de lo real a lo fantástico. Ve colinas, pinos y encinas, pero, tras mirar, atento, afloran "las colinas plateadas, los verdes pinos y las polvorientas encinas". Veía alcores y roquedas, mas luego, mirándolos, serían "grises alcores y cárdenas roquedas". Y veía campos cenicientos, pero, luego, admiraba "campos que sueñan". Y vería un olmo viejo, mas, al contemplarlo, lo transformaba en uno de los poemas más hermosos de la lengua castellana: "Al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido...". Todas ellas bellísimas metáforas que alumbró buceando en el fondo de una, a primera vista, ruina vegetal.

Hay otros ejemplos en el diario arco iris de la vida: Vemos llover, mas si miramos la lluvia, puede salir de ella una canción romántica; vemos una estrella en la noche, y la miramos como signo de luz y esperanza; vemos naranjos en flor, bello reflejo del milagro de la naturaleza. La mirada es dulce como la de la madre que observa a su hijo gozar, o agresiva que rompe la paz de un instante. Y es para Pablo Neruda un "rayo amarillo" el plácido fuego del hogar, tras mirarlo... Y hay miradas serenas, la dirigida a los ojos, las llenas de ira o de gozo. Y hay miradas de finísima percepción, capaces de ver la sabia que sube por el tallo verde del rosal. Y está la "del lenguaje amoroso de los ojos", de Néstor Lujan , en su obra: La vida cotidiana en el siglo de Oro español. El madrigal: "Ojos, claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados...", de Gutierre de Cetina . O la mirada del éxtasis místico, en lienzos de nuestro Zurbarán .