Para quien no sabe descansar, el verano se convierte en un lugar lleno de posibilidades. Tan pronto puedes hacer una reforma integral de tu casa como escalar el Everest con los ojos vendados. El caso es ocupar el tiempo de algún modo hasta que la vuelta al trabajo coloque todo en su sitio. Estas personas se levantan con la angustia de llenar las horas hasta la noche, en lugar de dejarse acunar por el olor indescriptible de las mañanas de agosto.

Siempre tienen algo atrasado: libros, música, películas... y programan estos días como una maratón imposible. Por ejemplo, la playa no es el escenario perfecto para jugar con los niños, sino un sitio horrible donde los periódicos se vuelan y los informes se llenan de arena. Y el móvil apenas tiene cobertura, con lo difícil que les resulta permanecer desconectados un segundo.

Y de los ríos, mejor ni hablamos. Cómo pueden llamarse remansos de paz, sin wifi o sin más mesa que la de la terraza para poner el portátil. Un espanto. Les queda el tour de diez países en dos semanas, pero pateadas hasta la extenuación, con horarios aún peores que los del invierno. Ahí sí pueden notar la satisfacción del trabajo bien hecho, de aprovechar estos días para llenarlos en lugar de para vaciarse de inutilidades.

La pereza y la dulce galbana las dejan para los demás, excepto para su familia, pobres, que les acompañan de viaje en viaje, sufriendo su ansiedad en vacaciones. Son esos niños que sueñan con castillos de arena y esas parejas que van dejando de soñar. Agosto se hizo para la lentitud y el sabor de las moras. Si se está de vacaciones, cualquier otra opción es un desperdicio.