Aquel verano del 18 siempre será inolvidable. Me van a permitir que a partir de este día escriba en clave de futuro, como si el mes recién estrenado ya fuera pasado y aquel verano del 18 tuviera para ustedes y yo el sabor a mucho de lo sucedido en nuestras vidas. Para ello, les pido autorización, me atreveré a inventar personajes que nunca existieron y otros que quizá sí, pero de quienes hablaré como si nada tuvieran que ver con este momento. Así como le ocurrió a Fernando, el niño que iba siempre solo al colegio porque sus padres estaban separados y fue mayor antes de tiempo. Que las cosas a veces no tienen remedio y él le tocó esa vida, con sus hermanitos en casa y ejerciendo como el más responsable.

También nos veíamos en el parque, también bajando de casa en soledad para ir a hacer amigos allá donde otros padres y madres compartían con sus hijos el ocio de cada semana. Me pregunto ahora dónde estará Fernando, sin colegio y con los parques abrasados del calor. Quizá haya logrado, como si fuera pura supervivencia, sacarle brillo a una vida familiar inestable. Su inocencia y astucia le ayudarán. Estoy seguro.

En mi parque del verano y los inviernos coexistimos las familias deseosas del buen tiempo. Parecemos acampados en nuestra particular playa de la ciudad, a la que acudimos en busca de la calma a veces perdida por el exceso de horas de trabajo y preocupaciones.

Así es el comienzo del verano del 18, así lo recordarán nuestros pequeños cuando sean mayores y paseen por donde antes hubo columpios y terrazas. Recordar puede ser bueno si se hace desde el corazón. Tenemos suerte. Nos salva la arena y la cerveza, la alegría de nuestros hijos y la sonrisa de Fernando, que siempre fue feliz a pesar de los elementos. ¿Dónde iría aquel verano del 18?

* Periodista