Volviendo a casa la otra noche, descubrí que algo había pasado. Que en las calles ya había gente. Saliendo de la oficina la otra mañana, mi sensación fue la misma. Ha llegado por fin septiembre y toca despedir este serial de mi verano del 18 que, con el permiso de ustedes, ha sido estupendo compartir a través de estas líneas de cada semana.

Les imagino hoy con el cuerpo quizá un poco revuelto por aquello de que se acabaron ya las vacaciones o, quién sabe, comienzan para los más retrasados. Han sido diez artículos desde que España quedara eliminada del Mundial, allá por principios de julio, que me parece tan lejos porque en la selección ya manda Luis Enrique y no Hierro. Anécdotas aparte, debo reconocerles que la fractura positiva con la rutina que pronto vendrá ha sido palpable en estas semanas de calor y soledades. Quién se acordará cuando pronto escuchemos el bullicio de los claxones y los colegios...

Sería bueno incluso guardar en un sobre todo lo bueno que aprendimos caminando por las plazas, perdidos en los pueblos o merodeando el asfalto caliente de las tardes. Quizá hubo pérdidas, como la de mi amigo Juan, que despidió a su padre hace unos días en Zorita, donde sus manos trabajaron la madera como un mago, A lo mejor Fernando, el niño de mi primer artículo, haya sido feliz aunque sus padres ya no estén juntos y, posiblemente, Virginia pronto pedirá llegar más tarde porque ya ha cumplido 15 años en agosto. Supe de otras historias tristes cruzando mares, Que los políticos resuelvan, que para eso les pagamos. Decencia y humanidad, por favor. Qué pena que termine el verano porque el tiempo nace y muere lento. Nos hace sentirnos cerca de la euforia de que todo puede ser igual. Bienvenidos a otra vida. Que les vaya bonito. Como los meses que se fueron.