Ahora que las calles se vacían a mediodía y la ciudad parece un desierto, anhelo el bullicio de los colegios y el ruido del tráfico. Hasta yo me siento extraño cuando el sol cae a plomo y parece un sueño imposible que, a la vuelta de la esquina, encuentres un poco de brisa fresca. Por eso, en el clímax de este verano del 19, me sorprendo con los cuerpos casi inertes de personas que se sientan en bancos a ver pasar el día o a combatir el calor como pueden, hartas del suplicio de no tener vacaciones por falta de dinero o lo que sea. Y siempre solas.

Un estudio de Eurostat, la oficina de estadística europea, ha revelado que el año pasado más de un tercio de los españoles (34,2%) no pudo irse de vacaciones ni una semana, aunque no éramos los peor parados. Los Estados miembros donde más personas sufren esta situación son Rumania (58.9%), Croacia (51.3%), Grecia (51%) y Chipre (51%). Mientras que, al otro lado de la balanza, los países con porcentajes más bajos de personas que no pueden escaparse una semana de su lugar de residencia habitual son Luxemburgo (10,9%) y Suecia (9,7%).

Como muestran los datos, no debería extrañarnos, por tanto, que en verano percibamos esta realidad con más crudeza al quedar al descubierto ejemplos que le ponen cara. Y en las ciudades de provincia, ni les cuento. Al leer estos registros, una sensación de alivio me recorrió el cuerpo porque ya he tenido la suerte de escaparme este verano para disfrutar de unos días de vacaciones. Eso sí, cuando regresé a mediados de julio, casi todo parecía haber cambiado a una velocidad menor, que se ha ralentizado aún más con la llegada de agosto.

Cada mañana, cuando subo a trabajar, veo caras de sueño y esos mismos cuerpos que deambulan muy temprano por el parque intentando matar el verano. Todavía les queda mucho mes por delante para aguantar el tipo. Por eso, no estaría de más preguntarse qué sería de nosotros sin las vacaciones. ¿O pertenece usted a ese fatídico 34 por ciento que no las tiene?

* Periodista