Historiador

Cuando está llegando el mes de julio, todos los años me invade la misma nostalgia. Me sobrevuela, me inunda el recuerdo de la reforma agraria que hace ya veintiocho años ocupó masivamente a nuestros vecinos alentejanos, Setúbal y el sur de Ribatejo. Fue el verano caliente , el mes de julio esperanzado en que el hambre de pan, de tierra, de justicia, parecía que habría de saciarse por primera vez y por completo.

¡Qué calor el de los campos de Alentejo, con el fuego dorado del trigo en haces y el hocino brillando en la siesta atareada! ¡Qué rumor de cantos y de risas, de chicharras huyendo seguidas de los cascos de mulas que pisaban las parvas! ¡Qué energía la de tantos miles de brazos sintiendo por esta vez la tierra como suya!

Venían de un largo año de claveles tapando las bocanas de fusiles; fue la más romántica de las revoluciones, la más incruenta de las luchas populares por sacudirse la mordaza de una torturante dictadura, que les ensangrentó durante medio siglo. Venían del hambre y de las cárceles. Venían de dar el más sublime ejemplo a todo el mundo, con unos jóvenes militares que se jugaron el cuello por ponerse a la altura de los más valerosos dirigentes de la izquierda clandestina. Venían --llena la boca de la palabra pueblo -- de la unión, de la solidaridad, de la alegría.

¡Oh, cómo me invade la nostalgia! Con el tiempo, a los pocos años de aquel suceso incomparable, todo volvió al cieno y la ceniza. Los militares del clavel, los más comprometidos, a un precipitado retiro que intentó en vano arrebatarles la gloria. Y aquellos campesinos, otra vez al hambre y a la sed, a la expulsión de la tierra conquistada, derramando su sangre nuevamente en lucha por retener lo conseguido. Y los que atrás quedaron cuando las movilizaciones del 74 y del 75, ahora sacando pecho, llenándose el bolsillo y colocándose sin rubor el latón de las medallas. ¡Así son las cosas, acá y allá, tantas y tantas veces en la historia, tantas y tantas veces en la vida!